Recientemente, unos investigadores han descubierto el fósil de un pez de cuatro patas con 375 millones de años, con claros indicios de haber salido del agua, y vuelto a ella.
O sea que posiblemente una pareja de peces con sus ocho patas salió, vio como estaba el panorama, y se volvió a su medio primigenio. Una jugada maravillosa, ¿no creen? ¡Chúpate esa, Darwin! Dirían haciendo un corte de mangas a la selección natural, volviendo a sus raíces.
Aquella pareja fueron los primeros inconformistas, los disidentes originales. Ni Eva con su manzana, ni Jesús con sus misticismos, ni Rosalía con el flamenco. Los primeros que vieron hacia donde se dirigía la cosa, para virar y buscar un rumbo distinto, fueron sin duda estos simpáticos animales.
Quién sabe en qué estarían pensando aquella última noche, en la playa, antes de emprender el viaje de vuelta al mar que los vio nacer…
-Maldita sea, estoy harto de este sequerón, tengo las escamas como piedras. -dijo él mientras se rociaba con un flu flu de agua salada-
-Yo también, no sé cómo tus primos están aquí afuera tan a gusto. -ella se abanicaba con un abanico de hojas de helecho-
-Se les ve como pez en el agua…
-¿Y la arena? -siguió ella ignorando aquel chiste fácil- Se queda toda pegada al cuerpo, parezco una croqueta de pescado.
-Ya ves Mari, no me digas, yo tengo rozaduras hasta en los cachetes.
-No se Manolo. -dijo ella mirando los granos de arena pegados a sus patas- ¿Es esto lo que queremos de verdad? Yo no sé si me voy a acostumbrar, ah, y otra cosa, hoy me dijo tu prima que en la jungla no podemos poner huevos, que allí es todo agua dulce.
-¿Dulce? No jodas, quien quiere vivir en esa mierda. Aquí parece que hacen cualquier cosa con tal de aparentar que evolucionan.
-Pues eso Manolo, que aquí comen hojas secas y caca de pájaro, y yo echo de menos el plancton, y las algas que adornan los patios de mi barrio.
-Que bien dicho Mari Carmen, pura poesía acuática. Estoy contigo, el barrio está mucho más animado que esto, aquí, con tanta despoblación, no da ni para poner un chiringuito de playa.
-¿Y qué pasa con la entrada del terreno que hemos pagado? -preguntó ella espantando un mosquito con su abanico-
-Nada, eso hablo yo con mis primos de la inmobiliaria y nos lo devuelven sin problemas -contestó él- Podríamos aprovechar, y mudarnos a una de esas conchas de nautilos, están todas para reformar por dentro, pero son una buena inversión de futuro.
-Si, y dicen que sus caparazones duran millones de años, y además, ahora incorporan protección anti moho.
-Pues dicho y hecho, mañana mismo nos hacemos a la mar, que la vida son dos días. -dijo cogiendo de la pata a su pareja-
-Que bien cariño, me hace más ilusión que el día que parí mis primeros mil huevos.
-Que sensación de alivio. Nuestra última noche aquí. ¡Esto hay que celebrarlo!
-Venga va, -dijo ella sacando dos latas de cerveza de krill de una nevera portátil- Además, estoy segura de que tus primos acabarán por ser sensatos, entrar en razón, y volver con nosotros, que aquí fuera todo es sequedad y postureo.
-¿Esos? No sé yo. Pero desde luego esto -dijo mirando a su alrededor- no va a ningún lado. Como se queden aquí, van a extinguirse tan rápido que nadie en la historia sabrá siquiera que existieron.
-Ya lo dice el refrán -dijo ella haciendo el gesto de brindar con la cerveza en su pata- “Pez que vuelve al agua tras salir al espacio, nada tranquilo, convertido en un pez sabio.”
-Jajajaja… ¡Salud! -dijo él aceptando el brindis-
Quiero pensar que fue así, una pareja intrépida que hizo las cosas a su manera, sin importar el coste. Riéndose en la cara de la vida antes de echarse a dormir en medio de la playa, esperando a que subiese la marea, contemplando por última vez un mundo al que no pertenecían.
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Escritura Testaruda 
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