—Y A CONTINUACIÓN —comenzó el locutor de radio—, después de la pausa tendrán a nuestro siguiente invitado. Nada más que al guitarrista revelación ¡Fernando de la Cruz!

El hombre apretó un par de botones, se apartó del micrófono y encendió un cigarrillo con una cerilla que tenía guardada en uno de los cajones. Luego me miró medio acostado en su silla y le dió una larga calada. Parecía alguien completamente diferente.

—Chaval —disparó junto antes de volver a aspirar el humo—. Habrás traído la guitarra, ¿no?

Me quedé algo sorprendido.

—Discúlpeme, señor —respondí—. Pero nadie mencionó nada acerca de tocar en vivo… Creí que tan solo era una entrevista.

El hombre no hizo gesto alguno. Se limitó a mirar a la nada, perdido mientras se consumía el cigarrillo que portaba entre el índice y el corazón de su mano.

De pronto chascó la lengua.

—Un guitarrista sin guitarra es como una puta sin piernas, hijo: ambos pierden la gracia en cuanto hablas más de dos minutos con ellos. —Miró el reloj y absorbió el humo hasta agotarlo—. Treinta segundos, chaval.

Solo supe sonreír (más bien por incomodidad); él no lo hizo. En su lugar, siguió con esa mirada perdida y vacía, como sí su mente se encontrase lejos de aquel lugar.

Tras unos instantes que se sintieron más lentos de lo habitual, suspiró y se frotó las sienes. 

—Tres.

La adrenalina me recorrió el cuerpo entero. ¿Qué le ocurría a ese tipo? Pulsó de nuevo los mismos botones y, con la misma energía del principio, comenzó:

—¡Bienvenidos al programa mas rockero de la mañana! Estoy aquí, con un invitado muy especial. —Había rejuvenecido casi veinte años—. Fernando de la Cruz, guitarrista revelación, ¿cómo estás, Fernando? Vamos, cuéntale a la audiencia lo que se siente al estar en la cresta de la ola.