UNA TARDE, RECIEN COMENZADA la tercera semana desde su desaparición, Hades vino a verme. Lo hizo de manera extraoficial, sin guardianes. No vino como señor del inframundo, sino como padre, con la esperanza de que yo tuviera alguna pista que le llevase hasta su hija. Sin embargo, tan solo pude mostrarle una pequeña carta que ella me había escrito el día antes de marcharse. La misma carta que me hizo jurar no abrir hasta la mañana siguiente.
Jamás me imaginé que alguien tan familiarizado con el dolor y la desesperación pudiera romperse. Pero así debía ser porque, tras leerla , me abrazó y se puso a llorar en mi hombro.
«Espero que logres perdonarme —decía esta—. Te quiero y, aunque la distancia y el infinito nos separen, seré tuya por siempre».
Al final, firmado junto al dibujo de un corazón: «Con amor, Muerte»
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