Intuyo que está detrás de la puerta, veo una sombra pequeña, desde lejos me aseguro de que está bien cerrada, no me acerco ni muerta. “¿Cabrá por debajo?”. Busco posibles salidas alternativas, la ventana no es demasiado alta, tres pisos, quizá saltando a los balcones llegaría al suelo. “¿Y si llamo a alguien?, ¿quién va a venir para eso?”. Hago una lista de memoria de posibles números de emergencia, me he dejado el móvil en el salón aquí solo tengo el fijo, solo recuerdo el número de mis padres que no están en casa hoy, bueno y el 112… intento pensar en otra solución.
Escucho ruidos por todas partes, golpeando la puerta, rozando la pared o encima de la mesa, “¡dios mio en la mesa no!”, un sentimiento de angustia me recorre el cuerpo, encojo las piernas, aprieto los dedos de mis pies descalzos, me empieza a picar la espalda y hasta me entra una tos nerviosa. Imagino la tortilla que he dejado a medias en el salón, justo cuando casi imperceptiblemente vi algo correr por el pasillo hacia la cocina tan rápido que no pude reconocerlo, solo me dio tiempo a escapar hacia mi cuarto a encerrarme, sin móvil, sin zapatos y sin tortilla. Solo fui a esconderme de aquel peligro inminente que acechaba la tranquilidad de mi hogar. Quién sabe a qué riesgos podría enfrentarme yo aquí sola, qué horror, mejor no saber.
La ventana de la cocina pegó un portazo, se oyó un grito de auxilio en la habitación, mientras una ráfaga de aire entraba y una pelota mordisqueada rodó pasillo abajo.
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