¡Hola! Qué alegría tener por fin alguien con quien hablar. La verdad, no sé muy bien cómo lo he conseguido, pero me estás leyendo. Eso me importa más que el cómo.
Comenzaré por el principio.
Soy (o bueno, más bien “era”) un reflejo. Sí, de esos que antes veían los humanos si se miraban en un espejo, en un lago, o cuando la luz se reflejaba en cualquier cristal. Como dato importante para la historia que te voy a contar, debes saber que los reflejos no vivimos en un “espacio” propiamente dicho, sino que simplemente ”estamos”, esperando a que nos necesiten. Ya sea porque nuestro humano se prepara para el trabajo, o porque tiene una cita. O qué narices, porque siente algo entre los dientes. A veces pasa, es muy molesto.
Pues bien, mi humano se llamaba Jorge. He sido su reflejo desde bien pequeñito, y he estado ahí para él prácticamente desde que nació. He vivido con él muchos de sus mejores y peores momentos. Aquella vez que se raspó los codos, supongo que en clase de gimnasia del colegio. Cuando se probó el traje de la comunión. Cuando aprendió a hacerse la trenza él solo (aunque a mi siempre me gustó mucho más cómo nos quedaba el pelito largo). Viví y reproduje al milímetro las caras de la primera vez que se enamoró y de cuando perdió la virginidad: la primera era así como bobalicona, y la segunda como de vergüenza y confusión.
Si los reflejos no fuésemos tremendamente profesionales, me hubiera gustado soltar una carcajada en cualquiera de esos momentos.
Si, yo quería mucho a Jorge. Pero también me dio tremendos quebraderos de cabeza.
Nuestra chispa, nuestra vitalidad y, joder, incluso ese dolor que daba placer adrenalítico a nuestro corazoncito dejaron de aparecer. Ocurrió justo después del día que se presentó ante mi (que me presenté ante él) con un traje negro, una corona de flores y un embalse desbordado de lágrimas en cada mejilla. No me enteré hasta mucho después de lo qué pasó, pues desde ese día Jorge dejó de hablar con absolutamente cualquier humano con el que se cruzaba (y, por adhesión, yo también enmudecí). Cada día era un conflicto nuevo, cada día teníamos más ojeras y menos ganas de ver la luz. Cada día nos mirábamos menos, y empezamos a evitarnos. Joder, si casi empecé a sentir que sobraba en su vida, que dejaba de existir.
Quizá ese fue el primer paso.
El segundo vino de la mano de Mariela.
Ella apareció en nuestras vidas un 13 de Agosto muy caluroso. Lo sé por, de nuevo, esa maravillosa cara bobalicona. Y también el color vivo de nuestra piel, y nuestras ganas de vivir, de arreglarnos, peinarnos y atusarnos. De sentirnos vivos otra vez.
Pido por favor que no me juzguéis, vivía literalmente de la imagen y para mi que volviese a dedicarme tiempo era brutal.
Los conjuntitos veraniegos que nos compró nos quedaban bastante bien. Y nos hacía muy buen culo, que está feo que lo diga yo. Otra vez volvimos a llevar esa estúpida trenza de raíz, pero qué demonios, lo daba a cambio de vernos tan felices de nuevo. Hasta empezó a gustarme un poco cómo nos quedaba.
¿Te esperas lo que pasó, verdad?
Va, no voy a recrearme mucho en ello porque sé de sobra que te haces una idea.
Vamos allá: 3… 2… 1… Mariela se esfumó.
Volvimos al punto de control tras el traje negro.
Y entonces empezó una etapa mucho más fea, que no pude soportar, en la que nos veíamos espantosos. Feísimos oye. Más feos que el grano que nos salió el día de la foto de la orla. Más feos que los calcetines horribles de ovejas con anemia que nos regalaron las últimas navidades.
No pude soportarlo. Además, qué cojones, echaba de menos a Mariela, y no volví a coincidir con su reflejo nunca. Y echaba de menos sentirme bien, útil, volver a quererme.
Y por eso me revelé.
Pasados 5 años desde que se marchó Mariela, decidí dejar de seguir existiendo para quien ya no existía. Me largué. Pum. Como un suspiro.
Para mi sorpresa, muchísimos reflejos siguieron mi ejemplo, y poco a poco entendí que los que no se iban porque estaban hartos de sentirse degradados, se iban porque les corroía la vanidad. O sencillamente se iban porque pensaban que a sus humanos les iba a ir mejor sin ellos.
¿Sabes qué?
Pienso que tenían razón.
Hoy, 5 de Noviembre de 2022, los humanos celebran el “día de los reflejos en paro”. Y cuando digo reflejos, me refiero a TODOS LOS REFLEJOS. Y sé que echarán de menos las películas, las fotografías, o saber si la condenada lechuga se ha quedado a vivir otra vez entre sus paletos. Pero ahora ya no deben dar tanta importancia al aspecto, y seguramente confíen mucho más entre ellos, pues pedir ayuda es la única manera que tienen ahora de saber cómo se ven desde fuera (y como son un poco tontos, casi seguro prefieren no jugársela con críticas destructivas, porque tampoco saben si salen ganando en la comparación).
Ojo, que a lo mejor no ¿Eh? Igual se acaban matando entre ellos.
Pero bueno, creo que ya no es mi problema.
Sigo sin saber muy bien cómo narices conseguí largarme, no pensé que fuera posible. Pero como dije al principio, lo importante no es el cómo. Ahora importa más el por qué.
Y te lo acabo de contar con pelos y señales.
Gracias por escucharme colega. Si sabes algo de Jorge, ¿Podrías hacérmelo llegar?
Muchas gracias.
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