-¡Puedes encontrar desierto en tantos lugares!
En las palabras vacías, en los gestos rellenos, en los mensajes sin respuesta, en la falta de constancia, en las miradas perdidas…
Y no importa si estamos a 10 o a 43 grados, si te implicas, intentas, te esfuerzas o te acercas… Porque cuando estás en desierto, se siente frío.
-¿Frío? El desierto es cálido, extenso, hermoso… ¡Incluso esperanzador! Nunca sabes si puedes o no encontrar un oasis…
-Es justo eso, nunca sabes. Y mientras caminas kilómetros en medio de tanta ausencia… Si te caes nadie te sujeta, el sol abrasa y te quema, el aire es seco y el agua escasa, pero sobre todo… No sabes donde empieza y donde acaba.
Yo prefiero la montaña.
En la montaña sabes que hay cima llegues o no. Lugares de sol y de lluvia, río que limpia, árboles que dan cobijo y plantas que nutren.
Pero tú puedes quedarte con el desierto si quieres, entiendo que hay personas dromedario, esas que paran y beben de ese «posible oasis», y luego se guardan todo el agua en sus jorobas.
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