Creí por un momento que si llegabas a conocerme te enamorarías de mí. Eso fue antaño, en otro tiempo, en otra vida, cuando yo era otra yo. Mi teoría justificaba que no quisieras abrir tu corazón a cualquiera porque te escondías tras una coraza de caballero medieval herido. Lancé la moneda pensando que la suerte esbozaría cara, con esa sonrisa tuya traviesa. Sin embargo, me topé con la cruz, esa que dejaba todo vestigio de esperanza perdido y llevaba de apellido friendzone para siempre. Entonces me dolió, en lo más hondo, como si puñal se clavase en el aire rasgándole la invisible felicidad. Sin embargo, ahora, yo soy otra yo, nuestra realidad es otra realidad y mi vida ha dado un giro de 180 grados. Soy yo quien me doy cuenta de que libré de beber de una pócima adictiva de la que nunca me hubiera podido saciar. Me gusta que el caos haya encontrado su orden y yo haya podido darme cuenta de que tu modus operandi es igual para toda chica que atrae tu radar de atención. Me alegra sobremanera darme cuenta de que nunca fue algo personal, y que lo máximo a lo que podría haber aspirado es a intimar en la medianoche, pero no a compartir intimidad. Quizás ahora me bastaría con lo primero, aunque quién sabe, al fin y al cabo, mi cruz es ser una romántica empedernida y el peligro estaría acechándome nada más volver a rozar tus labios con los míos, creyendo ilusa que obtuve por fin cara, en esta apuesta.