Desperté y no había nada, nada. Ni un solo recuerdo. La noche duró lo que duró la inconsciencia, la inconsciencia duraría lo que tardase en hacer efecto el StopResaK, pero no me quedaba. Y si, esa mierda existe.
Supe de su existencia el día que desperté enredado en las sábanas de mi vieja amiga Kasandra. Más vieja que amiga. Ambos necesitábamos tener resaca junto a un cuerpo caliente esa noche, supongo.
La noche tiene estas cosas, es un museo abstracto. En ese museo, un amasijo de hierros y una cuba de barro pueden convertirse en el mayor espectáculo visual para deleitar a cuatro eruditos en la puerta del garito. Todo son variables en esta ecuación nocturna, muchos en su puesto como el Sol, otros orbitándole a una luna. Unos buscando un eje, que no apriete, no se queje. Parecen esquejes, o eso ven mis ojos. Repetidos, como piojos. Pisándose la cabeza unos a otros. Esos hijos de..
De repente sonó la cisterna, y el pomo dorado de esa puerta vintage que tanto odio giraba a la vez que se abría ese viejo trozo de madera. Era Kasandra. Para mi sorpresa había pasado la noche con ella y dos botellas de Jack Daniels. Cuando me vio no podía parar de reír. Dijo que llevaba toda la borrachera divagando y parloteando de la vida, como un escritor de poca monta. Puede que me pasara de pesado, por eso creo que luego quiso burlarse de mi cuando..
Bueno.. cuando me animó a que probase un nuevo medicamento, al parecer, estaba de moda en las altas esferas ejecutivas de Barcelona, decía que se llamaba StopResaK.
Menuda pirada.. eh?
Deja una respuesta