Como si hubiera entre ellos una relación íntima que no necesitara reconocerse abiertamente.
Ella seguía sus rutinas que a veces la ahogaban y que la definían. No sabía quien podría ser sin ellas. Una vida de detalles y organización. Muy como ella. Con miedo, con curiosidad. Con imaginación y sentido común.
Él rompió con todo y se fue. No sabia cada día donde estaría. Lo decidía sobre la marcha. Ahora su vida ya no eran sus rutinas. Era alguien sin la ayuda de detalles ni organización. Sin miedo y con determinación.
Nada que ver.
Nada que cambiar.
Sin embargo, sabían lo que pensaban el uno y el otro. Se entendían bien. Solo con reir o pensar. Les salía solo, sin esfuerzo.
Se acomodaron el uno al otro sin molestarse entre ellos y sin incomodar a nadie.
Sabían que estaban por ahí, para seguirse de lejos, para acompañarse de lejos.
Tan sutil todo que casi no existía.
Tan delicado que siempre estaba a punto de romperse.
Asi lo soñó ella. Así lo consiguió él.
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