Estaba harto ya de escucharle, no paraba de meter mierda en la cabeza… y si te empieza a doler el pecho, y si la maleta es demasiado grande, y si el fondo es demasiado profundo, y si… y si… y si…
Eran tantas cosas las que me decía que me tenía cansado, no sabía cómo mandarle a paseo de una forma educada y sin hacer daño pero tenía que ser pronto por mi bien y el de mi familia.
Ya no podía más, cualquier actividad nueva o cambio que iba a realizar aparecía con sus artimañas para hacerme dudar de mi capacidad para afrontar ese reto, por simple que fuera.
Esa misma noche me propuse que de esa mañana no pasaba, que la relación vivida y las experiencias, durante esos últimos años, habían llegado a su fin… y en ese mismo momento volvió a aparecer dejando clara su jerarquía, volviendo a plantear dudas o razonamientos que prácticamente nunca se habían llegado a cumplir
Ya era el momento de romper.
Me levanté, fui al baño, me coloqué frente al espejo y me grité… “¿Por qué no te callas?”
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