Llego tarde a este reto, como a casi todo en la vida. Julio empieza con dos novedades, un trabajo y esta experiencia, una vital, la escritura, otra la que me va a dar de comer, la laboral.

El trabajo consiste en ser un guía turístico conduciendo un Tuk Tuk, explicando las bondades del centro de Madrid; recorriendo los intentos de asesinato, las grandes vidas de los reyes y desplazándote sobre la endogamia de los grandes nombres. Primer día escribiendo aquí, primer día conduciendo entre turistas, coches que no suenan y esculturas de otro tiempo, que nos muestran un pasado muy presente, monarcas subidos a caballos y a sus egos que me miran. Tengo calor, estoy en la Plaza de Oriente explicando los orígenes de la estatua ecuestre de Felipe IV, primera estatua que consiguió apoyarse solo sobre las dos patas traseras del caballo. Mientras el pueblo se moría de hambre, Felipe IV contrató a Galileo para ayudar a Pietro Tacca a conseguir aquella proeza. Exhalo calor y humedad, absorbo preguntas absurdas mientras deseo que el caballo decida dejar caer sus patas de metal huecas y me atraviesen el cráneo. No ocurre, sigo avanzando. Llego al Palacio Real, contextualizo aquel palacio que dobla el tamaño de Buckingham Palace. Les cuento algo sobre los Borbones, pero no me dejo a Carlos II, el último Austria, mi rey favorito. Hijo de la endogamia, “El hechizado”, tonto, monstruo, aberración y así un largo etcétera; yo me declaro fan, acabó con una dinastía e hizo lo que le dio la gana. Quiero pensar que lo hizo todo por las risas. Imaginaos a Carlos II diciendo a su séquito (es por los “loles”). Ojalá hubiera vivido en esa segunda mitad del s. XVII, así hubiera podido decir con orgullo, ¡Viva el rey!