Permítanme que me descojone un rato

Que estamos como un cencerro ya es archiconocido por todos, pero también sabemos de sobra que sólo vemos la paja en el ojo ajeno.

Por dios, con esa última frase me acabo de acordar de que en Alcorcón se acaba de abrir un “club de pajas” y no hay segundas lecturas en esto. Es un local donde tíos quedan para pajearse, ya sea con su propia polla o con la de otro u otros.

Esto no necesita comentario alguno y desde luego que ejemplifica la afirmación que he hecho en el primer párrafo.

Pero también hemos descubierto muchísimas veces que el ser humano es contumaz y jamás nos va a sorprender con un hecho insólito, sin que otra miríada de ellos venga a eclipsarlo.

Hasta tal punto esto es así, que ya todo está inventado y no voy a llegar yo aquí de listillo a contar ejemplos de la estupidez humana, cuando ya existe un galardón que se otorga anualmente llamado “Premios Darwin” donde se premia a la muerte más estúpida del año.

¿Que qué conexión hay entre el eminente científico y una muerte ridícula? Pues según sus creadores, se otorga este galardón, siempre póstumo, no puede ser de otra forma, a individuos que, con su extinción, han contribuido al desarrollo de la humanidad pues se entiende que no pueden hacer un favor más grande a ésta que el de extinguirse y no dejar descendencia.

Para ilustrar el despropósito de nuestra especie baste referir que uno de los ganadores fue un individuo que instaló un motor de avión en su coche y se fue al desierto a probarlo. Se calcula que alcanzó 560 km./h antes de impactar contra la falda de una montaña y reducirse a cenizas.

Sublime, ¿verdad?

Después de esto, no te puedes tomar ya nada en serio.

Descojonarse de absolutamente todo, es la única actitud seria que se puede tomar ante este despropósito que llamamos sociedad.

Cualquier broma que se pueda hacer en cualquier contexto, es de un calado e intención infinitamente superiores a la tozuda realidad que se emperra en ponernos ejemplos absurdos, ridículos y un tanto torpes en su elaboración, uno detrás de otro; Por tanto, convirtamos en un circo agradable aquellos pequeños retazos de realidad que aún no han sido tomados por el despropósito y se empeñan en aparentar ser “serios”.

Pobrecillos sus protagonistas, creyéndose actores dramáticos, ya se darán cuenta de que no son más que cómicos.

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