Me presento, soy Mariana, ahora mismo no trabajo, estoy de baja desde hace casi un mes, el estrés y los nervios iban a acabar conmigo, parece que el pulso y mi tensión estaban sobrepasados, por lo que el médico estimó más conveniente pausar y pautar dedicarme a la vida contemplativa. Así que aproveché para ponerme al día de docenas de películas clásicas que tenía pendiente y aún otras que volver a ver. Hitchcock nunca defrauda.
Aparte del séptimo arte, empecé por casualidad a encontrar muy estimulante espiar a mis vecinos. Siempre me definí como curiosa, pero descubrí en mí una cotilla inagotable. Compartimos un patio comunitario del que me siento la reina, el último piso, más cerca del cielo que nadie; con ello controlo a la perfección los movimientos de los habitantes desde mi sobreático hasta abajo. Es un patio rectangular al aire en el que los de los bajos dedican gran parte de su suelo a alimentar a múltiples plantas de colores variopintos y desconocido nombre.
Desempolvé los prismáticos que almacenaba casi sin expectativas detectivescas y de pronto un mundo adictivo y apasionante se abrió a mí cada tarde. Las mañanas apenas ofrecen novedades ni interés, las tardes, a partir de las cuatro, explotan con la vida de la comunidad que florece como esperada primavera.
Todo se torció el quinto día, cuando observaba a mis vecinos del bloque de enfrente a la derecha, piso cuarto, discutir acaloradamente. Dos bofetadas, cada una en mejilla ajena y luego vinieron los gritos, después los perdí desde mi limitada visión y al querer calibrar el detalle, difuminé la escena a cero. Mis ojos tampoco alcanzaron a ver nada más y ahí estuve entre mis intentos ajustando mi miopía natural y nuevos atentados con los binoculares. Desistí y casi al momento volvieron a escena, acalorados en una pelea ya oficial. Después del empujón de él a ella, impulsivo y con la frescura de unos treinta, ella desapareció del plano superior y él, aún encolerizado y con el tronco inclinado, permaneció inmóvil unos segundos, después saltó a correr las cortinas; de forma súbita yo misma me tiré al suelo de la terraza sosteniendo la respiración como si pudiera oírme a una manzana de distancia.
Habían pasado un par de días y no había rastro de ella, no la veía arreglarse, deambular de aquí a allá antes de ir a trabajar, abandonar el piso en ningún momento ni entrar tampoco. Comprobar, en cambio, cómo él empezó a hacer limpieza en los armarios sacando ropa, vaciando cajones y enrollando una gran alfombra una tarde no hizo más que de catalizador a mi imparable delirio.
Mi llamada telefónica a la policía me creció y alimentó mis propias fantasías. Hasta yo misma me vi como una madurita Grace Kelly regordeta y morena, sin el glamour de la compañera de Stewart, apostados (‘pata tiesa y vendada’ por en medio) en aquella ventana, un asesinato tan fantástico como real. Yo nunca fui fan del rubio y lánguido James, pero hasta en ese momento me hubiera ido bien apoyo moral. Me vi explicándole al agente mi baja laboral, mis pesquisas y mis suposiciones hasta que me detuvo en seco con una grosera frase: ‘Señora, más salir y menos “Jixcot”.
Cuando una mañana después de cinco días bajé a comprar el pan y encontré a la joven desaparecida y aparecida (además de muerta y resucitada) pagando en el mostrador, casi corrí aliviada a saludarle. Extrañada, preguntó si nos conocíamos y ante mi impulso titubeé que aunque éramos vecinas de comunidad la había confundido. Me hablaba impasible, tajante y seca, dios mío, al momento recordaba otra película de golpe en mi cabeza: yo, que soy muy de Daniel Craig, pero para nada de la inexpresiva Kidman.
Con dos barras de pan en la mano y apenas saliendo del comercio ya estaba marcando el teléfono de la comisaría con la fortuna de volver a hablar con el mismo agente. Atropellada y nerviosa le expliqué a quién me había encontrado, pero en qué estado se encontraba -diagnóstico mío, por supuesto- Así que la contestación siguiente era de esperar: “Señora, ¿otra vez? Y yo soy “Donal Suterlán” en “La invasión de los ultracuerpos”… Si quiere, le puedo enviar un agente con un psicólogo para hab”(…) Colgué. En un segundo de cordura creí que no era lo mejor informar de las novedades a la autoridad hasta disponer de pruebas. Lástima de mi móvil que no tiene apenas alcance.
Desde entonces, mi presión arterial sigue alta, mi baja laboral activa y continúo espiando al patio vecinal. Mi cuenta cinematográfica ampliada, aquí ando, viendo el clásico del 78 que desconocía, con un Sutherland como un caniche, rizado y gritón, y un Spock como doctor. Como estas cosas siempre pasan en pareja, necesito a alguien con quien compartirlo, así que estoy buscando en Tinder algún partenaire especialista en imagen y sonido que no busque sexo salvaje y que esté dispuesto a correr aventuras sin escaladas, viajes exóticos o tropicales. ¡Lo excitante está en casa!
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