La pequeña hormiguita

Cuando abrió los ojos el sol todavía estaba debajo de sus pies. Sabía que por mucho que los cerrara no podría volver a dormir, así que desenrolló la esterilla y abrió una aplicación donde tiene un plan de entrenamiento que sigue cuando puede. Veinticinco minutos después se cubrió con una manta para no quedarse frío por el sudor y puso una de sus meditaciones guiadas. Su psicóloga le decía que meditara. Internet entero también. La actividad de su cerebro es asfixiante y la idea de dejar de tener ideas le parece una mala idea; pero lo hace porque se supone que le sienta bien. Se dio una ducha y encendió el portátil. Respondió correos, preparó el trabajo del día con un café humeante mientras el sol salía detrás de su persiana bajada.
        A veces fantasea con la idea de ir a la cárcel. Tener una rutina férrea, no preocuparse por cocinar, leer la biblioteca de la prisión entera y hacer ejercicio de verdad. Lo del exterior le preocupa poco. Tiene muchas cosas en las que pensar como para ponerse a hacer amigos. Por eso a veces da vueltas a cómo robar algo gordo, para que lo encarcelen mucho tiempo. Así, si no lo pillasen, podría disfrutar el botín. Luego lo piensa mejor y se da cuenta de que en la cárcel duraría menos que una bolsa de gominolas en un colegio.
        En casa le dijeron algo sobre ir a unas gestiones. No escuchó, estaba pensando en algo que tenía que hacer después, pero dijo «vale». Salió a la calle con los cascos para no pensar demasiado y aprovechar el paseo con algún pódcast interesante. Todo el mundo creía que lo hacía por no interactuar con los demás. En parte era cierto. Las actividades sociales comunes le parecían aburridas y estúpidas. Hablar del tiempo lo ponía nervioso (¡qué perdida de tiempo!), tomar un café en un bar (ya tenía en casa), dar un paseo con alguien (si paseaba lo hacía para pensar, no para charlar), apuntarse al gimnasio (lo podía hacer en casa, además, allí hay gente), quedar a tomar algo (eso es perder el tiempo y joderse la salud).
        No hizo las gestiones porque estuvo apuntando ideas y acabando el trabajo que tenía que entregar. Se dio cuenta a las 13:37 de que a las 14:00 vendrían a comer y no había preparado nada. Saltó como un resorte lamentándose, porque tuvo que dejar algo a medias. Trituró brócoli, pimiento rojo, una manzana ácida y añadió frutos secos, pimienta, mostaza, aceite y vinagre. Ensalada improvisada. Miró la hora, pero no se enteró porque estaba pensando otra cosa. Volvió a mirar: las 13:57. Todavía tuvo tres minutos para revisar otro tema.
        Le gritaron por lo de las gestiones, pero se defendió diciendo que se lo habían explicado mal. Aparentemente dijeron «hay que hacer esto» en lugar de «haz esto». Le gritaron. Entendió el volumen, pero no las palabras: estaba pensando en lo que había dejado a medias. Cuando el sol volvió a estar a sus pies, seguía despierto. Pensó en trabajar, pero recordó que era el último día para presentar la declaración de la renta. Lo había estado postergando para no enfrentarse a su peor enemigo: la burocracia.
        Resopló antes de empezar. Maldijo el diseño de la aplicación y la estupidez de que tuviera que usar el navegador de Internet de todos modos. Apretó los dientes con los sistemas arcaicos de iniciar sesión. ¡Tenían su huella, por el amor de Dios! Veinte minutos después logro acceder. Taconeaba con el pie con ansiedad. Fantaseó con la cárcel de nuevo. Tenía que buscar una referencia. ¿Referencia de qué? Cada vez apretaba los botones más fuerte en la pantalla táctil. Su referencia había caducado. La madre que los parió, pensó. Imaginaba todo lo que podía estar haciendo si no tuviera que perder el tiempo con ese ridículo trámite. ¡Tienen todos mis datos de todas maneras! ¿Por qué no la hacen ellos? Esto lo han diseñado monos borrachos. ¿Y qué pone aquí? Nadie entiende esta mierda. Lo ponen así para que no nos enteremos de nada. Otros viente minutos después había un error que, por supuesto, no era capaz de comprender. ¡Error de qué! Lanzó la tableta al suelo y la pantalla se hizo añicos. ¡Hijos de puta! ¡No tengo tiempo para estas mierdas! Fantaseó con volver a sus proyectos, pero se dijo que no podría enfrentarse a esa gestión otro día, así que siguió.
        Presentó la declaración perdiendo 140 euros por no perder el tiempo averiguando qué demonios era aquel error. También perdió la pantalla de su tableta. Miró el móvil y era una hora y media después de su hora de dormir. De puta madre. Ahora me deben también la salud.
        Cerró los ojos, pero el estrés le impedía dormir. El agotamiento hizo que se quedara dormido, pero los nervios lo despertaron diez minutos después. Una pequeña siesta que imposibilitó completamente el poder dormir el resto de la noche. Se fue a su estudio, con la persiana bajada, fantaseando con la cárcel y con la idea de que la vida estaba empujándolo hacia abajo, poniendo peso en su espalda. Lamentándose de que el mundo estuviera ahí para interrumpirlo, para que nunca despegara. Preguntándose, mientras trabajaba sin descanso, por qué tenía que pasarse el día pegado a la superficie como una hormiga vulgar, de un lado a otro, sin parar; mirando hacia atrás a cada rato por si por fin le habían salido las alas.

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