¿SALVADA POR LA CAMPANA?

Había un hombre que llamaba casi cada día a su móvil, ella sabía que era un hombre, no podía ser de otra manera. Nunca hablaba, solo respiraba fuerte y alguna vez, bajo una voz distorsionada, le hacía saber que conocía sus movimientos. Eran tan agobiante, tan molesto, no peligroso, probablemente, pero sí un incordio.
Una persona pública como ella en el fondo no podía permitirse el lujo de alarmarse por cualquier fan enloquecido, había demasiados y casi siempre eran inofensivos.

Ese jueves lo último que imaginaba era acabar secuestrada. Ya le habían tapado los ojos, maniatado y quitado el bolso; le habían dejado en un cuartucho maloliente, apenas le había dado tiempo a gritar, preguntar, por qué y qué querían tras cerrar la puerta. Inesperadamente el teléfono vibraba en el bolsillo trasero de su tejano, descolgó a tientas, varias veces tocó la pantalla de espaldas y desde el altavoz sonaba una respiración fuerte. Lo segundo último que no se imaginaba era celebrar recibir esa llamada.

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