Adorno se preguntó si era posible la poesía después de Auschwitz.
Quizá (…) sea necesario repensar esta reflexión y sostener que
precisamente porque hay poesía
fue posible sobrevivir
y es posible contarlo.
(Ana Carrasco-Conde, Decir el mal, 2021, p. 17).
Pero
¿qué haces
así
intentando escribir un poema
un martes por la noche
en calzoncillos, con un párpado esforzándose
por no colgar aun el cartel de «cerrado»?
¿Acaso crees
que escribir es como darse crema,
fregar la última copa o
bajar
la
basura?
No te va a salir como imaginas.
¿Quién te crees?
Además ya dijo Adorno
que sería imposible la poesía
después de Auschwitz,
aunque es cierto
que él no debió toparse
con esos versos que trajeron a alguien
desde el otro lado de la desesperanza
o evitaron que se fuese
o le dejaron marchar, pero de otra manera
los poemas y las canciones de la derrota
un ritmo de palabras al fondo del cerebro
la voz incesante que lleva sangre al pulso
y engancha con la vida
esa de bajar la basura,
fregar la última copa y darse crema.
La vida con la gente
que cada cual imagina
y acaricia el hombro con ternura
siempre que puede.
La vida, una poesía.
Pero
¿qué haces
intentando escribir un poema?
No te va a salir como imaginas.
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