Era el primer reportaje de Iñaki García, becario de El Mundo, que tenía que cubrir la presentación de un libro de una investigadora que estaba estudiando cómo guardar la sensación del tacto en formato digital. El invento de grabar el tacto igual que registramos la imagen o el sonido estaba a años luz de existir, pero Belén Pacheco afirmaba que sería posible en el futuro.
Iñaki cumplió. Esperó muchas horas, hizo algunos contactos, tropezó un par de veces y le tembló la voz al hacer su pregunta de rigor, pero la hizo. Iñaki daba sus primeros pasos como periodista.
Al salir del edificio, se dio cuenta de que había olvidado la tarjeta de acreditación en su silla. Cuando volvió a recogerla, escuchó a Belén discutiendo con un tipo mayor. Estaban en la sala de al lado, pero la puerta no estaba cerrada del todo. Las ganas de comerse el mundo le hicieron poner la oreja. Podría haber pensado que seis horas de espera para hacer una pregunta y volver a la oficina a escribir era suficiente esfuerzo para un trabajo no remunerado, pero Iñaki estaba hecho de otra pasta.
Además, escuchó una cosa muy distinta a lo que le habían contado en la presentación del libro.
La máquina que registra el tacto ya estaba inventada. Habían registrado las sensaciones de la piel de múltiples sujetos. Palpaban objetos, animales, plantas y personas y se almacenan las respuestas del cerebro y la piel. Después hacían una aproximación con las sensaciones de todos los sujetos y obtenían una media del tacto humano. Sólo algunos empleados de la empresa secreta conocían el proyecto. La presentación del libro era una tapadera para seguir recibiendo financiación e ir introduciendo la idea, poco a poco, en la sociedad.
Iñaki se vino arriba y se acercó a ellos.
—Esto sería un bombazo, ¿por qué no lo publicáis?
Belén y el señor mayor giraron la cabeza y se quedaron mirándolo.
—¿Y usted es…?
—Iñaki García, periodista —dijo lleno de orgullo—. ¿Por qué no publican esto en el libro en vez de los que nos han contado?
Belén se resignó. Tomó aire para explicarse.
—Grabar audio y vídeo está muy bien… ¿Pero el tacto? ¿Has pensado en las consecuencias? ¿Qué pasaría si la gente empezara a replicar la sensación de quemarte o estrangularte? ¿Qué pasaría si los ejércitos se hicieran con esto? ¿Crees, honestamente, que el mundo está preparado, Iñaki?
Iñaki no dijo nada. Sólo tragó saliva.
—Por no hablar de… ejem. El sexo —dijo el señor mayor—. Hemos hecho simulaciones. Mucha gente dejaría de… bueno, ya sabe. Vivir en pareja. En Japón ya pasa, están reemplazando a las parejas por muñecas hiperrealistas. Imagínese si pudieran replicar la sensación exacta de… en fin. La sociedad cambiaría por completo.
Iñaki comprendió, pero adujo lo primero que le vino a la cabeza.
—No creo que los humanos se puedan reemplazar así. No estamos en pareja sólo por el sexo, ¿no?
—Nadie creyó que Internet reemplazaría a los periódicos como en el que usted trabaja. O que el cine reemplazaría al teatro. O los audios a los libros. O el multiverso a la sociedad. Y aquí estamos.
—Bueno, pues me van a disculpar, pero la gente tiene que saber esto cuanto antes.
—Lo comprendo, ¿Iñaki era, verdad? Amigo mío. Lo lamento, esto no es nada personal.
Dos tipos del tamaño de dos armarios empotrados aparecieron de la nada y redujeron a Iñaki. Le pusieron un aparato en el cuello y pulsaron un botón. Tenían registrado lo que sentía el cuerpo cuando lo guillotinan. Y eso sintió Iñaki. Casi indoloro, pero real. El cuerpo creyó que lo habían decapitado y cuando el cuerpo cree que ha muerto, paradójicamente, muere de verdad.
—La autopsia dirá que ha sido muerte súbita, ya lo verá —comentó el señor mayor.
—Tenemos que ser más cuidadosos, es el cuarto en lo que va de año.
—Y con él se cumple nuestro experimento número cincuenta, Belén. Si la autopsia da muerte súbita como creemos, estaremos listos. Sería un cien por cien de acierto.
—¿A matar gente lo llaman acierto, general?
—No se sulfure, doctora. Recuerde nuestro generoso acuerdo. Pronto tendrá tanto dinero que hasta usted podrá comprarse uno de sus inventos. Piense en grande. Nuestro país será la primera potencia mundial en unos años. Gracias a usted.
Belén y el general Martínez se dieron un apretón de manos muy real. Los dos armarios empotrados se llevaron el cuerpo. Salieron del edificio tranquilamente. Nadie vio nada.
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