LES DIMOS TODO CUANTO TENÍAMOS, pero nada parecía saciarlos. Cuando les dije que no quedaba nada más, no me creyeron; en su lugar, me llevaron al salón y, frente a mi mujer y mi hija, me golpearon hasta casi la inconsciencia.
Cuando pegarme dejó de hacerles gracia, comenzaron a registrar la casa por su cuenta. Destrozaron las estanterías, los cajones… Parecían demonios, pero más crueles e insensibles.
El jefe se quedó con nosotros; el resto subió al segundo piso.
—iEh, he encontrado algo! —dijo uno de los saqueadores al poco rato—. ¡Estos cabrones nos han mentido!
—¡Bájalo para que lo veamos todos! —respondió su líder—.
Bajaron con una de nuestras mochilas, más concretamente la de mi hija, y la arrojaron frente a nosotros.
—Aquí lo tiene, jefe —dijo el que había hablado antes dándole el objeto al cabecilla.
Este abrió el bolsillo principal y, tras hurgar un poco, sacó una chocolatina. Yo no podía articular palabra; solo temblar.
—Bueno, lo voy a preguntar una única vez. —comenzó—. ¿De quién es esto?
Mi hija abrió la boca, pero justo antes de hablar, mi mujer se le adelantó.
—Es mía —respondió ella.
—Bien, ¿y cuándo pensabas contármelo, preciosa? —Dijo mientras se paseaba entre nosotros—. Os hemos dicho que si cooperábais, no habría heridos —dijo señalándome con un el brazo—. Al final, nos obligáis a ser los malos
Se agachó frente a ella, se quitó los guantes y la cogió de la mandíbula, obligándole a mirarlo.
—Eres muy guapa. —Hizo una pausa. La miró meticulosamente y añadió—: Quizá podamos pasarlo por alto si…
Antes siquiera de que el hombre pudiera acabar la frase, ella torció la cara y le mordió la mano con todas sus fuerzas.
—¡Hija de…! —gritó.
Él retrocedió sujetándose la mano herida con la otra. Por la forma en que sangraba, podría pensarse que había perdido un dedo. Sin embargo, esto lo enfadó aún más; su mirada cambió, le quitó el seguro al rifle que llevaba colgando y la apuntó con él.
A partir de ahí, todo ocurrió muy rápido.
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