No deja de ser mundano pero tampoco deja de sorprenderme, cogiendo un simple autobús puedo ver toda mi vida desfilar ante mí.
Se abren las puertas del colectivo, tomo mi posición estratégica en un asiento trasero y veo como mi cronología se despliega como una alfombra, a veces roja, a veces oscura y gris.
Mi viaje comienza en Embajadores, primera parada y parador más reciente de mi vida. Tan lejos se fue ella, tan lejos tengo que irme yo. Allí comienzan los holas y los hasta luegos, los puntos y comas, los dramas y placeres del presente y las siempre presentes incertidumbres.
Subo al C2 y este despega rápido, como la vida, no espera a nadie. Paso por Atocha y allí veo el Museo de Antropologia, que me recuerda quien soy y de donde vengo, mis años de universidad. Pero Atocha es mucho más, son calles llenas, destellos de decenas de manifestaciones que pasan por mi mente, son años de lucha, es lugar de resistencia.
El C2 prosigue y por la ventana contemplo otra estación conocida y reciente para mí: la casa en la que vivimos juntos, mis calles. Contemplo esas bonitas fachadas con delicados relieves arquitectónicos esculpidos y esos colores agradables. Veo el Chiqui, el entrañable negocio local de ultramarinos del barrio. Veo las calles que recorría cada día, de Paseo Reina Cristina y me veo a mí, o a mi fantasma, caminando aún por ellas. Y confieso, que aunque suelo entrar en modo avión e ignorar los contradictorios recuerdos que este lugar me evocan, alguna vez en el pasado se me ha caído alguna lágrima al pasar.
El ómnibus azul avanza y pasa por el hospital Niño Jesús. Recuerdos de momentos difíciles de mi vida y de mi familia recorren ocasionalmente mi cabeza, algunos de mucha angustia, de momentos en la niñez que fueron secuestrados por el dolor. Durante mucho tiempo fue un lugar traumático, indeseable, pero hoy afortunadamente veo la cara de la moneda que no veía antes: veo evolución, veo superación personal, veo un espejo que me habla de indulgencia y comprensión conmigo mismo y sobretodo veo aprendizaje. Hoy ya no es un lugar para olvidar y apartar la mirada, ya no es algo que no debio ser, es algo que acepto, algo que fue y que forma parte de quien soy hoy. Hoy miro sin rencor, hoy contemplo con sabiduría.
La siguiente parada es un lugar en el que gasté muchos años de mi juventud, el Doce Octubre. Sainz de Baranda, el barrio que me vió crecer, el barrio de mi colegio, donde tantas horas disfruté con los que fueron mis amigos. Las noches en el Roma, La sangría del bodegón, las tardes en Retiro, ese pulmón urbano, ese lugar vertebrador de tantas experiencias madrileñas, donde estuve con ellos hace una década o con ella hace 10 meses. Las calzonnes de champiñones y jamón en la extinta pizzería Sienna, los novillos en mos Mundis y el Tramontana, lugar donde nos conocimos, con el nombre de la misma brisa que nos acarició en Mallorca
Pero de entre todos los recuerdos que toman forma y presencia cuando el bus avanza por esta angosta calle, hay uno inevitable, pienso en el que fue mi gran amigo, Ulises. Y aunque seguramente surque los cielos mientras paso por su calle, aún espero verlo por sorpresa desde la ventana, y quizás, intercambiar unas palabras.
El autobús sigue subiendo por Narvaez y contemplo mi fantasma fumando en el balcón de la casa de Felipe, veo mis ires y venires por la avenida quemando un leño aromatizando con su fragancia todo el bulevar. Los bocados rápidos y ansiosos de mi durum en el el kebab que ya tampoco kebab. .
me recuerdo en esa misma pizzeria digiriendo mi ruptura amistosa con aquél gran amigo. Recuerdo postear una foto en instagram del lugar, recuerdo a el verla en mis historias, recuerdo reflexionar en silencio sobre aquello y entender que mi vida había cambiado drásticamente, para bien y para mal
El autobús llega a Goya, alli está la simpatica y burguesa Plaza de Felipe II. Aún puedo ver a los skaters haciendo sus peripecias acrobáticas ciando todavía no había esas malditas medidas anti-skate. Mataron parte de la plaza. Veo a lo lejos el Palacio de los Deportes, hoy mancillado con ese sucio nombre comercial que ni mencionaré. Qué epoca aquella cuando estos lugares tenían nombre y propio y no eran simplemente un anuncio. A veces uno rememora y se da cuenta como el neoliberalismo devoró nuestra vida cotidiana, y como hubo puntos de inflexión como cuando Sol tuvo el infame nombre de Vodafone Sol. Asco. El Palacio de los Deportes siempre sera el lugar donde conocí el rap, colándome en un concierto que dejó fascinado a un chico de 15 años con el Chojín, SFDK y el Tote.
Próxima parada,Parque Eva Duarte, el buen parque de la Evita, una parada especial y nostálgica de mi infancia. Allí jugaba con otros niños y con mis padres cuando era un crío, el parque no ha cambiado mucho aunque extraño algunos juegos que me encantaban. Había una especie de jinkanas con asas en las que me movía como un chimpancé entre los árboles, que pena que los quitaron, ese fue, sin saberlo, mi inicio en la calistenia.
Finalmente, el C2 se detiene en Diego de Leon. La confluencia, el casi mi barrio. Pero no, jamás esa tierra señorial y burguesa que es el barrio Salamanca me representó.
Y con desgana bajo, en Diego de León en vez de Avenida de America, que me queda más cerca.Las ganas no me acompañan a descender de mi silenciosa reflexión, es un despertar, una vuelta a un presente real, donde la metafísica y los recuerdos se disuelven en mis pasos en la acerca madrielña. La nostalgia reflexiva no hace mas que aumentar la percepción del drama actual.
Tqnpoco me apetece recorrer Avenida América, un nudo neurálgico de la ciudad. El arcoiris de líneas de metro, la horrible distopía urbana llena de ruido, de polici y de tráfico, donde los árboles suplican la muerte antes que seguir sobreviviendo en esas grises calles.
Cambio de opinión, iré por Pilar de Zaragoza donde las fachadas bonitas me acompañan y donde no hay coches.
Camino y pienso, que curioso seria que si cogiese el bus en la dirección contraria, el C1, haría la ruta opuesta, siguiendo más o menos el trayecto cronológico de varios momentos importantes de mi vida, sin embargo, hoy igual que otros muchos días hago el viaje inverso y me meto en esta máquina del tiempo en la que avanzo y no retrocedo.
El C2 es un autobús de mi vida, pero hay otros muchos y habrá muchos más, solo debo saber en cuáles subirme y en donde bajarme.
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