Se trata de un juego de 1 a 7 participantes. También pueden ser 0 (¡¿cero?!) ó 25, pero estos son extremos no explorados por el manual de instrucciones que aquí presentamos.
Para comenzar, deben conseguir algunas piedras o garbanzos (sin cocer). Si no fuese posible, pueden jugar lanzando sus propios zapatos. En este caso, se utilizarán aquellos de quien tenga el par más nuevo, mejor aun si los está estrenando en ese mismo momento.
Lo demás, ya saben cómo funciona. Pero haremos una síntesis porque el Ministerio de Consumo nos obliga a incluir instrucciones en el juego, aunque sean algo vagas y difusas. En fin, qué remedio y qué pereza. Vamos a ver… más o menos es así, pero pueden hacer lo que quieran, que es lo que van a hacer:
Por turnos, cada participante va haciendo llegar –con mayor o menor puntería– aquello que lanzan (pongamos que es la piedrita) a las distintas casillas. La Tierra es el punto de partida, que para eso somos animales que caminan, se arrastran y a veces se paran a mirar las estrellas, pero siempre desde la Tierra, salvo quienes pasan más tiempo en el mar o en las nubes, o quienes ya pisaron la Luna. Después los numeritos: primero el 1, luego el 2. El Fuego no se pisa, que bastantes problemas tenemos ya como para echar más leña e inventar nuevas ampollas. No. Luego el 3, el 4, ¡el cinco! (aquí gritan la rima obligada: “¡salta, pega un brinco!”). Entonces llega el Agua, que solo la pisa quien decide mojarse. El 6 y el 7, más tarde. Quien se haya mojado, ya arrastrará algo más de peso debido a la humedad atrapada en los ropajes esos que se visten hoy en día. Quien no, andará con algo más de ligereza, pero con sudores y sentimientos culpables sobre lo que pudo hacer y no hizo. Y, ahora sí, plantan los pies en el Cielo. ¡Qué gusto! -no se puede decir otra cosa. Eligen un color de entre los 7 posibles, guiándose por alguna superstición o afinidad totalmente aleatorias. Plantan el culo de nuevo en la tierra, pero habiendo ya saboreado el cielo. Justo entonces es cuando abren el libro de Cortázar y empiezan, por fin, a disfrutar del juego. Quizás, también, con suerte, a encontrarle algo de sentido.

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