Después de días y días dedicado
a deambular desde dentro, desorientado,
no desalentado a decidir con desatino,
si es que así se da o se debe, deliberadamente,
la dirección de los días, delimitando
con delicadeza cada decisión, dirigiendo,
dominando, doblegando dulcemente
el devenir desafortunado que decidió
despertarme del dócil descanso que domina
desde la dimensión desconocida
que, despojada de deseos, desata demonios
y despliega su demencia disfrazada
de dádiva divina.
¡Dad dados a mis dedos delicados!
Dejad los dados decidir, difundir la duda;
¡Diatriba despótica del demente!
¡Degollaré con daga dichosa!
Desgarraré el dolor del que se debe al deber.
Definitivamente y con decisión declararé,
despojado de dualidad, diseccionando la dicotomía,
desaprendiendo el decálogo dado como dogma
del desprecio, la desconfianza y los dominios de la duda;
declararé, digo, deidad dueña de decidir destino.
(a)dios!
(es que fin va con “f”…)
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