Miragui llegó a la celebración sin saber qué esperar. La sala tenía un tono anaranjado por las decenas de candeleros dispuestos sobre las mesas. El fuego en la chimenea se contoneaba y los invitados vestían elegantes. Él se sintió fuera de lugar, pero admiró aquella preciosa escena un minuto. Los nervios le producían calor y buscó una jarra de agua para calmar la sed y la ansiedad. Todo el mundo allí bebía licor y reía con ganas. Miragui no conocía a nadie. Al fin encontró agua, se sirvió y salió al porche buscando aire fresco. Allí estaba sentada una mujer de piel café, brillante pelo rizado y ojos profundos. Estaba embarazada y había salido a reposar su prominente barriga y sus cansadas piernas. Miragui saludó con un gesto y una sonrisa, ofreciéndole agua.
—Debes de ser el único no embarazado que beba agua en este sitio —dijo ella.
—Eso parece. Creo que nadie echará de menos la jarra. Ahora vuelvo.
Nadie reparó en que Miragui se llevó la jarra de agua ni tampoco en que casi la derrama entera. Miragui ya no sentía sed, pero los nervios seguían como antes.
—Tal vez podríamos hacer una fiesta paralela aquí. Me llamo Miragui.
—Me parece buena idea. Yo, Shae.
Se miraron y tardaron un tiempo en volver a hablar. Apenas segundos, pero lo suficiente para darse cuenta de que era algo más de lo protocolario. Miragui se dio cuenta de que las estrellas parecían estar más cerca que en otras ocasiones. Se pasaron la noche entera charlando en aquel porche, mirando el cielo nocturno (que también parecía más claro que de costumbre). Miragui reparó en sus preciosos ojos oscuros y en su piel de dunas del desierto. Escuchaba con atención. También le cautivó su voz. Cuando empezaba a amanecer, haciendo un gesto fortuito, se rozaron la mano, sin querer.
En ese momento Miragui despertó. Y dejó de ser Miragui; porque él era en realidad Maxwell, y no vivía en un gran salón con chimenea de corte medieval, sino en un apartamento minúsculo en Dublín. Anteriormente había tenido sueños que parecían reales, pero no tanto.
Pasó el tiempo y volvió a su rutina. El trabajo, la comida, sus libros. Hasta que, justo un mes después, volvió a soñar con ella.
La sala era la misma y los invitados seguían bebiendo y riendo y nadie pareció tampoco reparar en él esa vez. Se le aceleró el pulso y salió al porche de nuevo, buscándola, y sí, ahí seguía Shae viendo amanecer.
—¿Dónde has ido? —le preguntó.
—¿Yo? No… nada, ahí dentro, un momento. Me pareció ver a alguien.
Comprendió Miragui que todo estaba donde lo dejó, y volvió a ocupar su asiento. Ella siguió como si nada y miraron el amanecer juntos.
—¿Me ayudas a levantarme? He de ir al lavabo.
—Sí, claro, claro.
Él temió despertar si tocaba su mano, así que la asió con cuidado de sujetar sólo su brazo, protegido por la manga de la blusa.
Miragui fue consciente por un momento de que él no era Miragui, sino Maxwell. Y que eso estaba pasando con tanta certeza como que en ese mismo instante estaba durmiendo en su viejo apartamento.
Cuando Shae volvió, intentó explicarse.
—Te va a parecer una locura, pero creo que estoy en un sueño.
—El amanecer es precioso desde aquí, ¿verdad?
—No, o sea, sí, pero me refiero a que estoy dormido de verdad, que no estoy despierto.
Shae arrugó el gesto.
—¿Dónde crees que estamos?
—No lo sé, nunca había visto esta sala ni este lugar antes. Bueno, sí, la vez anterior, o sea, cuando me fui no fue porque conociese a nadie, es que desperté. De hecho han pasado varias semanas en mi vida real y he vuelto aquí.
Shae rebuscó hasta encontrar un papel y se lo mostró. Era un mapa del universo, doblado en modo espejo, con una luz cian que indicaba dónde se encontraban. A Maxwell no le sonaba nada de aquello.
—Estás en otro plano, Miragui.
—Me llamo Maxwell.
—No, Maxwell vive en otro plano. Ahora tienes que decidir en qué plano quieres seguir.
—¿Pero cómo? —Miragui, Maxwell, sintió una angustia profunda y miedo a despertarse.
Shae le explicó cómo hacer para soñar con ese plano del tiempo y el espacio. Tendría, así, tiempo para tomar una decisión.
—Podrás venir unas cuantas veces más antes de elegir.
—Todo lo que quiero es seguir hablando contigo, Shae.
Con el tiempo, Maxwell dominó su capacidad para llegar a aquel plano del tiempo. Incluso tomaba fármacos para permanecer dormido más tiempo, por si ayudaba. La conexión que sentía con Shae era más fuerte que cualquiera que hubiera experimentado en su plano del espacio-tiempo.
Finalmente tuvo que tomar una decisión.
—Miragui, tu hijo te necesita.
—¿Mi qué…? ¿Cómo puede…?
—Cada plano es diferente. Te lo explicaré. Pero tienes que decidir ya.
—Ya he decidido.
—Has de saber que es peligroso. Maxwell tiene que morir.
Dudó por instante, pero asintió.
—¿Y cómo lo mato?
Al día siguiente, en nuestro plano del espacio, Maxwell Freeman, ingeniero, se había suicidado por —eso dijo la prensa— sobredosis de ansiolíticos. En el mismo punto del universo, pero del otro lado, Miragui asistía al nacimiento de su hijo, Hipnos, sintiendo un profundo amor por él y por su amada, Shae Nix.
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