El efecto de la guerra (parte 2)

ERA UN DÍA MUY ESPECIAL para mi hija porque cumplía dieciocho años y, aunque en aquellas circunstancias la mayoría de edad no le sirviese de mucho, a ella le hacía ilusión. 

La casa en la que nos encontrábamos, además de estar repleta de suministros y un sistema propio para filtrar y calentar el agua, contaba con una chimenea enorme en el comedor. A ella se le habían iluminado los ojos con verla la primera vez así que, al caer el sol, como era de esperar, insistió en encenderla.

La idea no me convencía porque el humo podría verse a kilómetros de distancia. Pero le hacía tanta ilusión…  Así que cedimos y nos propusimos ignorar al mundo y sus guerras y volver a ser una familia aunque fueran tan solo unas horas. Reímos contando historias y comimos hasta eructar. Y al final, tras cantarle «Cumpleaños feliz», nos abrazamos los tres frente al calor de las brasas y caímos rendidos al sueño.

Entonces ocurrió todo; las perdí a las dos.

Y con ellas, perdí mi mundo entero.

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