Palabra

La palabra es la más mortal de las trampas.

La más traicionera.

Desde el instante en que nombras algo ya lo has encapsulado; ya lo has limitado.

La palabra cercena la esencia de las cosas. Reduce todos los matices a una definición normativa que, para colmo de males, cada cual interpreta a su antojo.

Cuando tengas una mirada por respuesta, jamás se te ocurra hablar. Todo lo que digas será inferior a la respuesta que ya tenías.

Saber que la elección de palabras que hagas, que ya de por sí ha dejado atrás miles de datos por concretar, despertará además en cada individuo una representación mental diferente es descorazonador y te podría impulsar a no comunicar nada:

  •  ¿Para qué escribir si mi prosa es torpe y jamás aspirará a representar todo este bullicio que se entremezcla en mi cabeza?

 Pero el ser humano es contumaz y la utiliza, la exprime, la saca de su propio contexto para elevarla a la categoría de lo que representa y si no lo consigue, inventa un mecanismo cualquiera para seguir dándole sentido:

  •  ¿Y si la palabra no fuera más que una semilla que, cayendo en diferentes tipos de suelo, produce variada flora y de la unión de toda ella surgiera un significado más complejo y puro?
  •  ¿Y si todo fuera uno y la individualidad que veneramos no fuese más que una parte de ese uno, que aporta lo que tiene, que colabora al desarrollo del todo pero no lo comprende?

Habrá que seguir escribiendo, no queda otra.

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