LA GUERRA CAMBIA A LAS PERSONAS; y fui un necio al pensar lo contrario.
Al principio pensamos que serían tan solo un par de semanas. ¿Quién iba a creer que algo así podría ocurrir? Se suponía que éramos una sociedad civilizada, así que cuando los militares trataron de evacuar la zona, nos negamos. Les dijimos que aquel era nuestro hogar y que nuestra hija se había criado en ese barrio. No estábamos dispuestos a abandonarlo todo y confiábamos en no ser los únicos en tomar aquella decisión.
No fue así.
De la noche a la mañana, el vecindario se convirtió en un yermo. Y pocos días después de la evacuación, tanto el suministro eléctrico como el de gas cayeron.
Cuando los pocos víveres con los que contábamos se agotaron, no nos quedó otra que salir a por más, y aquello supuso saquear las casas de nuestros antiguos vecinos, los supermercados… Al principio, me embargaba un profundo sentimiento de culpa. Cada vez me sentía menos persona, más animal. Cuando transgredes aquello que te hace ser civilizado, ¿qué te queda?
Sin saber muy bien cómo, conseguimos soportar gran parte del invierno con relativa facilidad. Llegábamos a una zona, agotábamos sus recursos y nos movíamos a otra. Parecía que estuviésemos solos en el mundo.
Pero todo cambió la noche del 25 de febrero; la noche en que lo perdí todo.
Deja una respuesta