Siempre nos quedará Nueva Delhi, Hanói, Kuala Lumpur, Tananarivo, Tombuctú…pero no París.
París ha caído, vestida de negro, servida de negro, chocolate noir.
Iluminada negrura que se precipita avenida arriba,
avenida abajo, sorteando la locura,
rodando a todo lo que da,
ofreciendo amabilidad de manillar
y mascullando improperios imposibles de rimar.
Un París pedestre, patinético, ciclopédico, biciclopédico, ¡triciclopédico!,
Un París arquitectónico, decimonónico y hasta enciclopédico.
Todo eso y más, pero ha caído. Y nosotros en él.
La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, deslumbradas por un dorado tan subido de tono que deslumbraría al mismísimo Luis XIV, se han lanzado al Sena queriendo lavar su imagen y tras refrescarse, en un calentón, se han candado en el puente de las artes, haciendo un llamamiento a la cordura.
El sol desplegó su luz, que luego proyectaría la “herramienta” de compases extraños a través de su tamiz de mirada psicodélica y distanciamiento social.
Volvería a desayunar una y mil veces, quizás no tantas, pero si muchas más.
Ça va? Ça va bien! Bon jour. Bon soire.
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