De pequeños éramos cinco chicos normales, una pandilla de chavales de pueblo que se entretenían haciendo fechorías a pequeña escala, cortar rabos a las lagartijas y cosas así. Juan y Sergio eran gemelos, con el pelo rizado y los ojos negros como el carbón, los “Gemelos Sacamuelas”, los llamábamos, ya no recuerdo porqué. Luego estaba David, “Pachequito”, de la casta de los Pacheco, una noble familia gitana que se dedicaba al comercio por los mercadillos de la zona. También eran mis vecinos, llevábamos toda la vida puerta con puerta. A mí me llamaban Sibi, porque lo de Sibilino era demasiado. Sibilino por parte de bisabuelo, mi familia eran gente muy humilde pero muy tradicional y religiosa. Y por último Mariano, el “Pataliebre”, que le llamábamos así porque era delgado como un junco y con unas piernas finas finas como el pellejo de una mierda.
Todo iba bien, jugábamos a fútbol por las tardes en verano, antes de ir a la charca a cazar renacuajos, y en invierno subíamos al monte para tirarnos colina a bajo montados en una persiana vieja o en la tapa de algún cubo de basura que rescatábamos del vertedero.
Pero entonces llegaste tú, maldito hijo de puta.
-Alguien gimió y se movió, rozando el suelo con las cadenas que le tenían retenido-
El puto padre Damian. Maldito cabrón. ¡Nos jodiste la vida! -patada en los riñones, gemidode dolor- ¡Me oyes! -patada, patada, gemido- Llegaste con tus buenas maneras y los sermones del domingo, donde te esmerabas en hacer la pelota sobre todo a los padres con niños jóvenes. Ahora me doy cuenta. Aquella fue tu vía de entrada para montar aquel puto curso de verano.
Cinco culos, diez cachetes ¿Te acuerdas de eso cabrón? -patada, patada, gemido largo- Habíamos dado las clases de repaso que nos dabas por las mañanas, se acercaba la hora de comer y nos fuimos a los lavabos a lavarnos las manos antes de entrar al comedor. Estando allí Pachequito le puso una zancadilla en broma a Sergio, con tan mala suerte que se agarró a uno de los grifos al caer, rompiéndolo. Lo recuerdo como si fuera ayer, yo me estaba secando las manos y los miraba a través del espejo, cuando de repente un chorro de agua empezó a empaparlo todo.
Tú, maldito cabrón, viste la oportunidad perfecta para dar rienda suelta a tus mierdas de cerdo depravado. -patada, gemido, patada- Recuerdo perfectamente tus palabras.
“Menuda habéis liado. Veréis cuando se enteren vuestros padres. Aunque todavía no les diré nada. Voy a esperar hasta final del curso de verano para ver si sois capaces de aprender de vuestros errores. Mientras tanto, siendo cinco, y teniendo cada uno dos cachetes, recibiréis diez azotes diarios con una porra de tiras de cuero hasta que se acaben las clases.”-patada, puñetazo al rostro- “Ahora, si aprendéis de vuestros errores haciendo lo que yo os diga, se acabaron los cachetes, y vuestros padres jamás sabrán del destrozo que habéis hecho”.
El primero en caer fue Pachequito, que era más bueno que el pan, pero al que su abuela ya le daba bastantes capones en casa, por lo que pretendía pasar aquel campamento de verano intacto. Vaya tela. Recuerdo perfectamente su cara cuando volvió al dormitorio después de pasar por tus aposentos. Tenía la mirada de los mil metros, perdida en el fondo de ninguna parte. No dijo nada, subió a su litera y yo, que estaba debajo, noté como se movía incómodo en su cama, como un perro que da vueltas y vueltas pero nunca llega a tumbarse.
Después fueron los gemelos. Jamás conseguimos que hablaran de lo que les hiciste, y no quiero ni pensarlo porque, porque… -puño, gemido, puño, patada, gemido- Puto cabrón, nosotros te la chupamos, ¿qué coño les pediste a ellos?
Hijo de puta… -patada, patada, gemido largo- Aquel verano pasó y volvimos a casa avergonzados, en un entorno de pueblo tan cerrado es difícil gestionar ese tipo de emociones, pero al final el Pataliebre, que tendría las piernas delgadas sí, pero los huevos gordos como ninguno, acabó contándoselo a sus padres.
Tuviste que salir huyendo del pueblo aquella noche eh, cabrón. -patada, patada- Todos querían matarte, pero a la que mis padres salían en dirección al cuartelillo, el padre de Pachequito salió con un cuchillo jamonero rumbo a tu casa, lástima que no te pillase, porque te había sacado las entrañas allí mismo, en aquella iglesia de mierda, ante el altar mayor.
-sonidos de alguien que intenta decir con la boca tapada-
¡Veinte años! Veinte putos años buscándote para darte tu merecido. Veinte años en los que ya solo quedamos tú y yo cabrón, y ya sabes lo que eso significa. Hoy por primera vez desde que era pequeño espero que Dios exista, para que en cuanto te mate vayas directo al infierno, a que un súcubo de Satán te meta piñas por el culo para toda la eternidad. -patada en los riñones, gemidos cortos, sonido de asfixia parcial-
Los gemelos se mataron antes de acabar el instituto, hartos de los insultos de los otros niños. Pachequito… hay Pacheco… Durante unos años te buscamos juntos, pero para él, su familia y su cultura no habían querido aceptarle después de aquello. Yo intenté apoyarle, pero la droga se lo llevó mientras cruzaba borracho una autovía. -patada, patada, patada, gemido débil, patada-
El pobre Pataliebre, que había conseguido rehacer su vida después de mucho andar en psicólogos, que se cambió de ciudad y se casó con una buena chica, tuvo la mala suerte de morir de cáncer hace unos años. Puta vida -patada, patada- y tú, un puto pederasta, y yo, un asesino con unas taras bastante gordas gracias -patada- a -patada- ti -patada- aquí disfrutando del placer de estar vivos… Ostras -patada- sino gime ya -patada- -patada- sino se mueve -patada, patada, patada, patada- ¡Coño! Pues se ha muerto. ¡Jódete hijo puta! Esa venda en tu boca habrá hecho que te ahogues en tu puta sangre. ¡Jodete cabrón! -patada, patada-
Pues nada. Creo que iré a follarme al gato para celebrarlo. Puta vida.
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