Te escribo a la antigua usanza, como hacíamos de niños. Supongo que es el único modo en el que tiene sentido comunicarnos. Ya han pasado veinticinco años desde la última vez que nos vimos. ¿Te lo crees? De vez en cuando me acuerdo de ti. A veces me imagino cómo sería mi vida si no nos hubiéramos separado. Al final seguí con la música, ¡hasta hice conciertos!; pero me faltabas tú como DJ: no fue lo mismo. Perdí la virginidad hace mucho, pero por aquel entonces me pareció tarde. Tranquilo, al final no fue con tu prima. Fue con mi primer amor, ¿te acuerdas? Perdimos el contacto unos años, pero un día coincidimos y fue ella quien vino a por mí. ¡No me lo creía! Estuvimos un tiempo. Luego me dejó. Se me rompió el corazón hace mucho, pero por aquel entonces me pareció muy pronto. La echo de menos también. Hará como quince años que no sé de ella. Debería escribirle. No te preocupes, ahora estoy bien. Vinieron más amores, pero no se los podía contar a nadie. Bueno, confieso que tuve un sustituto. Bajábamos a dar patadas a un balón y nos contábamos las penas. ¡Sí, era mi confesor y encima jugaba al fútbol, no como tú, que lo odiabas! Ja, ja, ja. Pero no te pongas celoso. No tenía ni punto de comparación. Echaba de menos contártelo a ti. Además, el sustituto se alejó también. Sé que tú no lo hubieras hecho si hubieras podido evitarlo. Pero en fin. ¿Por dónde empiezo? Supongo que por donde lo dejamos…
Lo de entrar al instituto fue duro. Algunos me preguntaron por ti. Pero bueno, me adapté. Más o menos. Tuve que fingir ser otro. Creo que lo sigo haciendo. Con todo el mundo; el único que me conoce eres tú, aunque seguramente no me reconocerías si nos cruzásemos. El mundo se complicó. La vida se endurecía a cada paso y yo sólo quería ir por las tardes a tu casa a merendar. Llegaron las fiestas, el alcohol… con las drogas me quedé ahí. Supe parar a tiempo. Algún porro, más por el qué dirán que por gusto. Me hacía el duro para que nadie notara que te echaba de menos. Aunque, ahora que lo pienso, es la forma más evidente de decir que por dentro estás hecho papilla. A ti te daba igual lo que dijeran los demás. ¡Cuánto te necesitaba! Más tarde empecé a currar en una empresa de videojuegos. ¡Flipa! ¿Te acuerdas de que me obligabas a jugar? Yo te hacía jugar al fútbol y tú a la consola. Hoy en día es una locura. El mundo ha cambiado mucho. Y yo también. Me lo he guardado todo dentro todos estos años. Cada duda, cada odio, cada anhelo. Tengo un laberinto de paredes gigantes entre el estómago y el corazón: no tenía a quién contarle nada. Crecían las cosas por dentro. Pusiste el listón muy alto. Si al menos te hubiera escrito… Pero no, lo fácil era encerrarme en mi vida y la excusa del tiempo. «No tengo tiempo» es mi frase favorita. Es como mejor me miento.
Pero aquí estoy. Más vale tarde que nunca, ¿no? Ojalá pudieras leer esto, en realidad. No sé cómo funciona el Correos del más allá. Lo único que se me ha ocurrido es dejarte esta carta en la tumba. Espero que te pueda llegar, de algún modo. Por cierto, es la primera vez que vengo a verte. Cuando me dejaste no pude. Demasiado doloroso. Siento no haber estado en tu despedida. Te sigo queriendo.
Carta a Diego
3 respuestas a “Carta a Diego”
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Gracias, Irene, por pasarte a leer. Me alegra saber que el dolor que escribí se percibe, aunque no sé si alegrarme de transmitirlo.
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