Soy el escultor y la escultura, como continuación y vaciado, o ese es, al menos, el ideal que aspiro alcanzar, aunque todavía, demasiadas veces, siento no ser más que un martillo y un cincel y me pierdo en la postura, aún cuando lo importante sean las manos, sabiendo que son ellas las que deben revolotear, que es cuando hablan por el cerebro, de sus sueños y del abrazo que sale de él.
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