Extraño viaje

Estaba en el andén, hacía una mañana preciosa…
Mi equipaje era un extraño bolso color marrón oscuro, mi ropa, al verme reflejada en uno de los ventanales de la estación; pensé estaba bastante desfasada, pero no quise darle mas importancia. Llevaba una especie de cuaderno en la mano, su portada era antigua, pero lo asía con convicción; supongo me interesaba bastante.
Pasando mis dedos suavemente por la tapa lo abrí por su primera hoja; esta me mostró una hermosa puesta de sol, adornada por un estanque, muchos árboles y un banco con una pareja; solté un suspiro. Seguidamente me fijé en la hora de aquel gran reloj anclado en la pared de la entrada de la estación, señalaba las ocho. Centrándome de nuevo en el paisaje del cuaderno, observé con detalle cada trazo.
Era tal mi abstracción, que el inesperado sonido de aquel silbato me hizo dar un respingo, cayéndoseme el cuaderno al suelo.
El nerviosismo y la curiosidad me asaltaron al ver el aún inacabado dibujo de aquella mujer desnuda; me preguntaba quién podría ser. Al recogerlo me fijé más en sus rasgos, el calor que sentí en las mejillas me hizo mirar a mi alrededor; instintivamente cerré el cuaderno, oprimiéndolo contra mi pecho.
La inesperada voz de aquel señor, me arrancó una leve risita nerviosa.
—¿Sube María? El tren saldrá dentro de cinco minutos. ¡Él la espera, recuerda!
Aquello me dejó perpleja; aquel señor sabía mi nombre, y decía que alguien me esperaba.
—¿Qué pasa María, no dormiste bien anoche? ¡Es eso, verdad! Yo lo miré extrañada, a la vez que tragaba con dificultad. De nuevo aquel silbato me hizo dar otro pequeño respingo; la escandalosa risa de aquel hombre arrancó en mí la mía nerviosa. Me sentía tan extraña; me preguntaba si lo que estaba sucediendo era un sueño o la propia quimera de una deseada realidad. La voz del hombre me sorprendió de nuevo.
—¡Vamos, María, perderás el tren! Si no vas a verle no podrá proseguir con esa última obra, tienes su cuaderno. Los tratos no deben romperse… Tú lo animaste a seguir dibujando; a cambio te pidió fueses a verlo cada día. Pasáis la mañana juntos, parte de ella charlando amenamente, el resto y parte de la tarde la dedica a sus obras; las cuales realiza por tu afectiva inclinación hacia él. Dijiste que con el paso del tiempo comenzaste a sentir algo muy especial por él, es lo que me contaste.
De nuevo toque de silbato…
—Último aviso! Aunque algo extrañada, le mostré una suave sonrisa mientras sacaba el billete de tren que guardaba en aquel bolso; arrebatándomelo con destreza me lo picó.
Empujada por una extraña, pero agradable fuerza me vi acomodada en el asiento de aquel vagón gustosamente decorado. Apenas habrían pasado unos minutos cuando noté que el tren se había detenido, y que la voz del hombre que veía en el andén gritaba mi nombre. Algo aturdida me asomé rápidamente por la ventanilla llamando su atención.
—¡Por fin, señorita! ¡Vamos, dése prisa, él la espera! Con la propia confusión de estar en una quimera, aligeré lo que pude en bajar. El mismo señor a pie de escalera, me ofreció su mano para bajar al andén; con su dedo señaló hacia donde me pareció distinguir a un hombre de entrada edad. Apresurándome dentro de mi estado de nerviosismo, en poco estaba junto a él.
—Pensé, no vendrías hoy. Subiéndome a aquel hermoso vehículo antiguo, con una suave caricia hice desaparecer la lagrima que pendía de sus vivos ojos color miel.
—Mientras la ilusión siga fluyendo en mi interior, no faltaré ni un solo día. Aquel abrazo me embriagó de agradables sensaciones.
Creo que el retrato de María nunca será concluido, por que mientras este se vaya realizando, ella seguirá viéndose con él.
Su Artista anónimo… su recreación, ¿su fantasía…? Especulen.

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