En el antiguo Oeste

—VALE, ADMITO QUE PODRÍA HABER hablado con él en lugar de clavarle un destornillador en el cuello. Pero entiéndanme cuando les digo que era de noche y apenas se veía nada. ¿Pretenden que crea que venía a pedirme azúcar? ¡Venga ya, pamplinas! ¿Quién pide azúcar a esas horas? Tan solo un delincuente se tomaría un yogur de madrugada y ustedes lo saben al igual que yo. Miren, ¿saben qué les digo? ¡Que bien muerto está! Y al igual que él, ¡todos los de su calaña deberían morirse también! ¡Así hacemos las cosas en el antiguo Oeste!

La jueza le miraba con incredulidad.

—Señor Randall —comenzó ella—, ¿está usted admitiendo que mató a su compañero de habitación con un destornillador?

—¡Y qué a gusto me quedé!

—Bien… ¿Y me puede contar cómo obtuvo el destornillador en un geriátrico? Es decir, ¿les dan a ustedes esa clase de cosas así como así?

Randall se quedó con la mirada perdida.

—¿Randall? —insistió la jueza.

—¡Ah!, me lo dió la muchacha de las pastillas. —Hizo una breve pausa—. Ella fue la que me avisó de que ese hijo de mala madre vendría a por mi azúcar. Sí señor, así hacemos las cosas en el antiguo Oeste.

Una respuesta a “En el antiguo Oeste”

  1. Me vine a leerlo de nuevo, buenísimo!

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