Veinte años criticándola porque ese hijo con el que siempre había soñado no llegaba. Veinte años acusándola de estar seca por dentro, de que cualquier otra le habría dado hace tiempo lo que el tanto deseaba.
Veinte años de insultos, palizas y amenazas hasta que llegó el nuevo cartero al pueblo. Solo un año después Isaías se pavoneaba en la tasca porque al final ella había podido demostrar su hombría, pero todo cambió aquella mañana de primavera en la que su mano fue más rápida que su cabeza.
Tras los golpes la sangre empezó a correr por la cara de ella y por sus piernas. Después de aquel día él se quedó solo con sus copas de anís y sus fanfarronadas. En el pueblo a nadie le importó que ella desapareciera ni que estuvieran dos semanas sin recibir correspondencia. Menos aún que las tierras de Isaías jamás volvieran a dar fruto.
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