Despertó y el silencio seguía allí, lo rompió con un carraspeo sordo, pero volvió de nuevo. Se intentó volver a dormir, pero ya era tarde, aquel incómodo silencio le tenía cogido, haciendo mella en su presa con un vacío en el estómago y un nudo en la garganta.
Era una mujer mayor, separada y con los hijos ya criados, que vivía sola en un mundo que se había ido haciendo más pequeño con los años. Bueno, sola no, más bien junto a un silencio que no conseguía domar, formando una relación tóxica.
El psicólogo le había dado herramientas para afrontarlo, para gestionar la frustración y la ansiedad, aunque aquello era una terapia de pareja donde uno de los miembros nunca estaba. Pero incluso conociendo esas herramientas, si el mecánico de guardia no está en su puesto, cuando algo falla, no puedes hacer nada salvo respirar hondo y esperar a que venga.
Luchó contra él durante toda la mañana en un eterno tira y afloja, con el sonido de la cucharilla dando vueltas en el café, el chasquido de la piedra del mechero al encender un cigarro, y algunas conversaciones consigo misma en voz alta.
El ruido de sus propios pensamientos, cada vez más amontonados entre rachas de silencio, intentaban decirle que era hora de hacer algunos cambios. Y justo cuando estaba en ese momento en que decides afrontar tus miedos, o guardarlos en el cajón otro poco, encendió la tele y se puso tele cinco.
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