Contracciones, dolor y angustia. Rigidez en el vientre y corrieron al hospital.
Batas verdes y blancas, alboroto. Nervios. Mucho dolor.
Despertar del semitrance, soñar que todo era una sueño. ¡Más anestesia, por favor!
“Ya está todo fuera”, se atrevían a decir en ese hospital donde todo el mundo iba a ver nacer sus esperanzas. Llanto de recién nacidos, flores por los pasillos, familias celebrando.
Llamadas de teléfono, hinchazón abdominal y calmantes en vena. Qué bonito día soleado de julio eligió para acabar aquí.
Todo salió bien, ella fuera de peligro. Risas, nervios, llamadas de teléfono en las habitaciones contiguas y en los pasillos. La vida se abría camino ahí fuera.
Y, al llegar a casa, volvieron los dos a su cama a abrazarse para siempre y como ya nunca, a reposar el dolor de la pérdida, y a dejar atrás la idea de que ser madre sólo es dar a luz a un hijo, y de que fuera, además, su destino final.
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