Como no podía ser de otra manera, yo también había dejado de escribir como mi amiga Inés, pero esta historia que vivimos juntas merece ser contada y leída por ti, mi querido lector.
Todo comenzó en aquel viaje que decidimos hacer juntas a Costa Rica, donde los padres de Inés disponían de un apartamento. Solían veranear juntos pero este verano por temas profesionales se quedarían en Madrid y estaríamos solo nosotras con algunos familiares y amigos, quienes nos esperarían allí con los brazos abiertos.
Nuestro vuelo salía de Barajas sobre las 21:00hs, un libro me acompañaba en mi aventura, uno especial, había sido mi regalo de cumpleaños, “Ilusiones” de Richard Bach.
Estaba segura que me inspiraría en este viaje.
Tras avanzar y pasar todos los controles, aunque algún que otro detector y registro hubo en nuestro cuerpazo serrano, conseguimos sentarnos en nuestros correspondientes asientos que estaban separados. Inés, tenía a su lado un señor de pelo canoso, de edad avanzada y que durante todo el vuelo estuvo durmiendo con la dentadura en la mano; el olor que desprendía era como cuando fríes ardilla muerta en la sartén. Sin embargo, yo no había tenido más suerte, me había tocado el mismísimo niño satán que había pintarrajeado mi nuevo libro en un descuido de irme al baño en un vuelo de 11horas. Inés sabía cuánto de maniática podía ser con los libros nuevos y antiguos, en sí, con los libros y el no pintarlos.
Cuando me senté, le pregunté porqué había hecho eso. Me contestó que sólo era un niño y que intentaba ser creativo y dar rienda suelta a su imaginación. (Con una voz de repipi, que mis brazos podrían haberle hecho un 8). Con todas las de la ley, le propuse un juego al aterrizar en el que tendría que adivinar un dibujo creativo en su frente sin que lo viese y decírselo a su mamá. Mi rabia contenida, solo hacía a mi mente más temeraria y maquiavélica, dando rienda suelta a mi imaginación y pintando un órgano masculino con todo tipo de detalles, vasos sanguíneos, escroto, uretra. (Mis años de profesora y técnicas de dibujo en la carrera, habían dado sus frutos) un pene en toda regla alrededor de toda su cara.
Su madre se sentaba al final del todo, cuando Inés vio mi obra de arte se quedó impactada y solo pude contestarla ¡corre vamos a por nuestras maletas!
Tuvimos que correr antes y después al recoger nuestras pertenencias en esa tortuga de cinta andante con color de brazo de Robocop. La madre con su olfato de Rottweiler nos había encontrado. Montamos una carrera ilegal por mitad del aeropuerto apostando Inés y yo a las carreras de caballos cargados de ropa a más no poder. Inés me ganó 100 pavos porque su maleta había ganado hasta llegar al taxi (estoy segura que había hecho trampas y todas las zanahorias las había metido en mi maleta)
Habíamos conseguido sobrevivir a la madre loca sobreprotectora y llegar al punto de encuentro donde el tío de Inés la había mandado la ubicación. Cuando bajamos, nuestras vistas eran espectaculares, una preciosa selva, un acantilado de fondo y unos monos muy graciosos con los que más tarde salimos discutiendo. Ronaldo me había robado mi pasaporte y lo había lanzado al acantilado.
¡El puto mono me había robado el pasaporte y lo había lanzado! solo pude abofetearlo por su mal comportamiento su contestación no la entendimos e Inés intentó decirle lo mismo en su idioma acercándose a él y señalándole con el dedo acusador. Parece que Ronaldo se enfadó más al escuchar estas palabras y se abalanzó sobre el dedo gordo del pie de Inés. El puto mono, Ronaldo, había mordido a mi amiga. Fuimos rápidamente a ver al doctor Fleming que nos recomendó su tío. Al pasar a consulta, nos dijo “no pasa nada será un constipado mientras no te haya mordido un mono”. Inés y yo nos quedamos estupefactas, pero a la vez nos salió soltar una carcajada a más no poder durante el pinchazo que se llevaba contra la “rabia”. Yo alucinaba con la globalidad de la información que llegaba a todo el mundo; había llegado hasta el doctor Fleming en Costa Rica sin previa llegada nuestra con un dedo mordisqueado.
Al salir de la consulta, nos tuvimos que sentar en el bordillo, echando mano a nuestro bolsillo y consiguiendo cuatro almendras que poder comer, estábamos hambrientas desde hace más de 17horas. Cuando observamos a lo lejos un taladro que se acercaba a pasos agigantados hacia nosotras. No dábamos crédito a lo que estábamos viendo además traía consigo un curioso olor corporal a quicos que me transportaba a una buena sesión de cine. Acto seguido vimos aproximarse una pieza de tetris con olor a pasa desde lejos, temiendo que su olor y sabor fuese asqueroso. Y pensaba hacía mi misma, ¿Será cierto que pasadas experiencias no marcan futuras experiencias? – Parecía que no.
Habíamos estado compartiendo un espacio largo y tendido los cuatro, a cuál charla TEDx, manteniendo una profunda conversación en holandés (nunca antes había estudiado holandés). Era curioso como todos estábamos contentos, sonriendo, viendo que lo que a priori nos separaba, en realidad nuestras experiencias nos unían. Estaba siendo capaz de explorar el laberinto de mi mente en el que a veces era capaz de llevarme a lugares maravillosos y otros horribles.
En busca de comida y al llegar a casa de Inés, agotadas, caímos en los brazos de Mitita y Atlas, dos robots que cuando nos miraban lo decían todo por querer salir a jugar un partido de futbol con toda una afición y ovación hacia su rol y juego, de querer sentir lo que significa una derrota y una victoria, sentir que las personas les hacen ser mejor robot en su trabajo, ser capaces de tener y no tener miedo. A partir de ese momento cuando sonó el teléfono fuimos capaces de girar el foco, de autorregularnos con la risa como terapia, como si se tratase de un juego de luces.
Desde ahí empezamos a sentir con la mente y pensar con el corazón.
Gracias Inés por ese viaje juntas que jamás olvidaré.
Deja una respuesta