Venga, que te lo sabes. Lo has practicado mucho, no es difícil. Además, es comprensible, más que comprensible. Con todo lo que ha pasado, es lo mínimo. Si, si, todo el mundo lo va a entender.
Inés no dejaba de dar vueltas delante del espejo de su habitación, repitiendo una y otra vez la misma cantinela. Variaba alguna palabra entre una versión y la siguiente, pero el mensaje era el mismo.
Solo tienes que decirlo con seguridad, que no te noten dudar. Si, eso es, no hay que dudar.
Respiró profundo y se miró una última vez en el espejo, asintió a su propia imagen, que le devolvía una mirada de total seguridad, giró sobre sus talones y salió de su habitación con decisión.
Inés se sentía dentro de la normatividad, con sus virtudes, sus defectos y sus rarezas. La más destacable de esta última era el odio al contacto social. No soportaba el protocolo español de afectividad, esa manía de abrazarse siempre, el apretón de manos, los dos besos a un desconocido nada más conocerlo.. Solo de pensarlo, le ardía la sangre.
Tampoco penseis que era un ser sin sensación alguna. Permitía los achuchones de su madre (olía a flores en primavera, su estación favorita). Y soportaba los gestos de amor controlado de su círculo más cercano, que constaba de solo dos personas, Raquel y Blas, sus amigos desde hacía al menos 10 años. Cierto es que la conocían casi como su propia madre y sabían darle la cantidad justa del amor físico que Inés podía soportar.
Aunque no lo reconocía en público, la pandemia que había vivido los dos últimos años le había proporcionado un tiempo maravilloso, en el que el contacto físico se había eliminado de las relaciones sociales, lo que le permitía no tener que verse forzada a realizar los rituales de afecto que tanto detestaba.
Sin embargo, las restricciones llegaban a su fin, y la gente parecía más deseosa que nunca a llevar a Inés por la calle de la amargura. Afortunadamente, todavía había alguna reticencia al contacto, y pensaba aprovechar eso a su favor. Llevaba meses practicando su discurso, llegado el momento, diría: «Lo siento, pero a raíz de lo vivido estos años, no me siento aún cómoda con volver al contacto social con personas de fuera de mi círculo cercano». Fin. Claro, conciso, educado, nadie podría reprocharle nada.
Esa misma tarde iba a conocer a una nueva compañera de trabajo. Acababan de trasladarla desde otra tienda de la franquicia en la que trabajaba e Inés era la encargada de hacerle el tour por la tienda y enseñarle lo básico. Era la oportunidad perfecta.
Ahí está. Tu tranquila, lo sabes, lo has practicado. Con seguridad. ¡Vamos!
– Hola, soy Inés, la encargada de este turno.
– ¡Hola! Soy Helena, ¡encantada!
*Muac, muac*
…
Mierda.
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