─Un café solo por favor. ¿Puedo coger sobrecitos de azúcar?
─Sírvase.
El café le gustaba solo, sin azúcar. Ni azúcar refinado, ni moreno, ni panela, ni miel, ni ágave, ni sacarina, ni chorradas. Solo. Primero un sorbito para limpiar la boca de otros sabores, y después, entraba solo, nunca mejor dicho. Pero también le gustaba amenizar su ratito leyendo las frases que venían impresas en los sobres. Así que cogió por lo menos diez sobres de azúcar.
«Un río que trae vida, que orada la tierra». Sin contexto. Pues vale. Primer sorbito.
«Cicatrices que cuentan que hay vida, que la hubo y que la habrá». ¿Sería la segunda parte del primer sobre? Hacían buen combo. ¡Qué buena estaba la variedad de café que traían de Brasil!
«Quiénes fuimos y dónde estamos construyen quiénes somos». En la universidad quizá hubiera estado de acuerdo. Otro sorbo, uno largo, recordando tiempos pasados, mejores, o tal vez más inocentes.
«La diferencia entre la sabiduría y la necedad está en la mirada». Esta le gustaba, tenía un regusto a vacile que combinaba muy bien con el café de la mañana. A lo mejor por eso mismo había gente que seguía leyendo el periódico con el café.
«Las redes sociales son el opio del pueblo». Ja. Y esta se llevaba la palma. La pena es que se había acabado la taza de café.
─¿Qué te debo?
Le gustaba aquella cafetería. Tenían muy buen café, no le miraban ─tan─ raro cuando cogía el puñado de sobres de azúcar ─al fin y al cabo, los devolvía sanos y salvos─ y tenían unas frases de un estilo muy peculiar, entre filosófico profundo, poeta cutre y un rollo autoayuda posmoderno que atufaba un poco, lo justo para dar saborcillo.
─Uno con veinte.
Frases que cambian vidas, frases que adornan sobres de azúcar.
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