El rojo de sangre ajena

Tú no lo sabes, pero el rojo que viste la mujer se esconde en la inspiración de su conciencia. La suya, la de él, eterna respiración y profundo mar en calma. Eterna. La vida palpita más fuerte en aquel efímero cuerpo del escritor de los años 20.

El rojo. El de la mujer, que no es suyo, le cala la existencia. A ella le viste, le arropa, y le perfuma con el aroma de los pétalos de su límpida mirada.

Todo cambió aquel séptimo mes de un abril perdido. Cuando ella dejó el signo de interrogación en una silla solitaria junto al corazón viejo y unas antiguas bicicletas de los sesenta. Desde entonces pedalea hacia París vistiendo las mañanas con el rojo de su sangre ajena. 

La de él. El escritor de los años 20.

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