¿El río nace o se hace?
Ya que desemboca, ¿dónde está su boca?
Las piedras le enseñan a cantar en clave de sol y también de luna, como a la tarde de verano se asoma la chicharra para practicar a escondidas su arrullo ensordecedor (los bebés chicharra están preparados para dormir hasta en una rave), ese que por monótono y cadencial te puede hacer entrar en trance o alcanzar el sueño, como el hilo que sueña que se lía hasta desmontarse o caer rendido en algunos ojos que lo observan como las cuencas de Ruidera, que hacen coros con sus lagunas mentales mientras se arrancan por soleares cuando se asola la suela en el asfalto de la ciudad dormida por el ruidero que circula, dejando el chicharreo en estado tan precario como el presidiario deja la cárcel tras cumplir con su condena, dejando dentro la miseria que le encadenaba a un otoño inesperado, tan desesperado como Inés sin su Don Juan, como Juana sin su arco, como el arco de unas cejas sin el iris de unos globos oculares, como un ojo sin su párpado, que sin las lágrimas que le arranca el canto del río, se seca.
Ese canto rodado, que da vueltas y más vueltas esperando a que alguien lo recoja para partir las nueces del nogal que inició su odisea despeñándolo por la ladera que cuesta abajo se precipita incitando a cada gota a reunirse con su igual, como si dos gotas de agua fueran y que la andaba esperando sin espera y sin Mayo, para unirse en esta canción que habla del hilo de la historia en que se cuenta como llegó el agua a la tierra.
Todo un lío
¿Lío que se monta o se deshace?
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