Se estaba destrozando las piernas corriendo por el bosque intentando seguir el ritmo. Su mente debía pasar por encima del dolor porque ser consciente de él a cada salto y cada paso le estaba restando ritmo de carrera. Las ramas y raíces no ayudaban tampoco, surgían demasiado tarde en su trayectoria y no le quedaba más remedio que asumir el esfuerzo extra en cada apoyo improvisado.

Estaba en juego ser digno de la estirpe a la que quería pertenecer y para ello la iniciación pasaba por “El Paseo”. Una forma burlona de llamar, a oídos del pretendiente, a esta salvaje y caótica carrera, pero toda una filosofía vital para la estirpe. El paseo no podía ser un nombre más acertado en su jerga; para ellos, los miembros, que apenas sí tocaban el suelo, que aprovechaban cada inercia y resistencia del suelo y  cielo del bosque a su favor, tantas variables asumidas del entorno pareciera que el propio bosque les susurrara los caminos. Eran impresionantes.
En realidad nadie le estaba pidiendo que les siguiera el ritmo y mucho menos que fuera mejor que ellos, nadie esperaba eso. Lo único que buscan en el candidato es que les sorprenda. Había llegado al bosque, conocía las leyendas y sabía que sólo tolerarían mostrarse en esa ocasión, la primera, la prueba. “El paseo” concluiría y si no estaban impresionados las únicas veces en las que se manifestarían ante sus ojos serían, con suerte si el presenciara su ayuda, como dicen las leyendas, “en la más justa de las guerras en la más injusta de las batallas”. Eran impresionantes, y él quería provocar esa sensación también, sabía que tenía algo dentro pero necesitaba que le ayudaran a sacarlo…