¿Quién alguna vez al inspirar cierto aroma, no le ha traído a su memoria un recuerdo?
Estudios comprobados dicen que el recuerdo de aromas es mucho más intenso y duradero que las imágenes y sonidos; olfato, memoria y emociones están estrechamente relacionadas.
Viernes: aún estaba en la jornada de trabajo, me disponía a sacar el reciclaje: Orgánico, plástico, cartón y papel y resto basuras. Resulta algo cómico, pero fue tal cual.
Tras bajar las escaleras que quedan fueran del edificio, mi sentido olfativo captó un agradable aroma, el cual no tuve ningún reparo en inspirar lentamente mientras mi memoria iba mostrándome aquel recuerdo…
Allí estaba ella; la pelirroja inquieta y aventurera, en compañía de su hermana algo más pequeña y de sus dos primas. Teníamos unos diez u once años, año arriba año abajo; parecíamos el típico grupo de amigos que solíamos ver en las películas que nos ponían la tarde de los sábados.
Allí íbamos, dispuestas a pasar un buen rato, corriendo y jugando en aquel manto verde, salpicado de bonitos colores de la variedad de flores silvestres; como solíamos llamarlo nosotras «nuestro campo».
Estábamos felices, correteando sin de dejar de reír y bailotear contagiadas por la alegría; ni si quiera se nos ocurrió pensar que pisábamos terreno sembrado y a su vez privado. En nuestras cabecitas y corazones no había límites ni barreras a lo que con nuestro estado sentíamos: pura felicidad.
Embriagadas por aquel estado casi de ensueño y ajenas a lo que se nos venía encima, seguíamos correteando mientras inspirábamos aquella fragancia tan dulce del preciado trigo, acompañado de la inseparable amapola y demás campanillas silvestres de tonos rosados, blanco y suave morado…
Aún fuera del alcance de nuestro campo visual, se aproximaban dos jinetes. No recuerdo quién de nosotras dio el aviso, pero en cuanto nos pusimos en alerta salimos corriendo campo a través; nuestro idilio de aventura se había truncado, se aproximaba el final. Pensaba que nos entregarían a la policía, que estos llamarían a nuestros padres; me imaginaba una buena reprimenda por parte de ellos y mucho tiempo sin salir de casa.
Seguíamos corriendo como diablillos, pero mi breve mirada hacia atrás dio cuenta de que mi hermana se quedó bastante rezagada; la escuchaba diciéndome algo, hasta que aprecié con claridad que se le había salido una de sus zapatillas, que no la encontraba.
Presurosa corrí hacia ella, pues veía que la distancia del jinete respecto a mi hermana, era muy corta.
Ya junto a ella, y queriéndolo recordar con toda nitidez, la puse tras de mí mientras vociferaba al señor de la cabalgadura. Cuál fue mi sorpresa cuando extendió sus brazos preguntándome si aquella zapatilla era nuestra; dentro de lo que mi excitación me dejó, le contesté que sí, que era de mi hermana.
Entregándomela, me comentó que procurásemos no meternos cuando estuviese la siembra pues la podíamos echar a perder, que cuando no viésemos el campo sembrado podíamos entrar cuantas veces quisiéramos.
Contentas por el inesperado final y muy feliz por lo que nos dijo, le dimos las gracias con muestra de nuestra alegría, el nos correspondió con su sonrisa.
Entusiasmadas corrimos hacia mis primas, estas fuera del trigal, para explicarles. Después de todo he de puntualizar, lo que el amable señor nos comentó.
Son muchas las veces, en que las cuatro hemos recordado aquella intensa feliz aventura, y muy reciente con mi hermana para dar mas fiabilidad al entrañable recuerdo de aquellas niñas, primas hermanas; inseparables en sus juegos e inocentes, pero para ellas por entonces, fantásticas aventuras.
Cuento con que la vida siga trayéndome esos agradables aromas, para aunque solo sea por un instante, vivir de nuevo esos mágicos momentos…
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