Superpelotas

        Salí sin pensar. Fue como si me hubieran poseído. Tiré el edredón y fui hasta la puerta; en un momento de cordura me puse unas Adidas viejas, unas que me podía calzar sin esfuerzo. Di un portazo. ¡Pum! A tomar por culo, pensé. Si no duermo yo, no duerme nadie. No me quedé para oír llorar a mi hijo ni el estremecido grito de mi mujer. Bajé las escaleras corriendo, dejando sonar las llaves contra el pasamanos. Soltaba gruñidos de rabia. Salí a la calle eufórico.
        Por un segundo, la cordura me quiso parar los pies.
        La cordura fracasó.
        Me puse a correr. Pasé al lado de los niñatos que hacían botellón debajo de nuestra ventana. No los miré, pero fui corriendo, gritando muy alto ¡Hijos de putaaa! Empecé a reír, sin parar de correr. Los genitales me rebotaban contra el cuerpo haciendo movimientos circulares. Sólo llevaba puesta una camiseta de manga larga y las viejas Adidas.
        Llegué al bar del cabrón del calvo proxeneta. Corrí más rápido. ¡Sabemos lo que haces, cabronazo, me cago en tu bar y en tu puta calaveraaa! A uno de los que fumaban fuera se le cayó el cigarro de la boca. No podía quitarme la sonrisa. Me adentré en el parque. Ahí, lo reconozco, disparé a discreción. Probablemente a un inocente. ¡Si tienes perro, te comes las mierdas! ¡No las dejes en el parque, mamonazooo! ¡Aquí se tira de la cadena! No sentía cansancio, y eso que el deporte no formaba parte de mi vida desde hacía diez años. Unos borrachos me miraban desde cierta distancia, probablemente intentando confirmar sus sospechas. Me fui a por ellos directo. ¡Me vais a oír, putos mierdas! ¿Esto es lo que hacéis con vuestra puta vida? Os vais a comer las litronas con cristal y todo. ¡So capullooos! Que dejáis esto como la mierda de vuestra casa, donde vuestra mujer se está follando a otro, que no se os levanta de lo que bebéis, mamahuevooos! Uno salió detrás de mí y tropezó. Carcajeé fuerte. Era un justiciero nocturno, el puto hombre-pijama: me podían llamar Superpelotas. No quedaban muchas más almas por el barrio. Bajé el ritmo, empecé a jadear, cansado. Se me helaban los huevos. Abril no estaba como para no llevar gayumbos.
        Respiré hondo e hice un último esfuerzo. Esprinté hasta casa, sin archienemigos a mi paso, pero despertando a toda la vecindad. ¡A veeer, todooos! Vuestros putos muertos frescos, ¡joder! Da asco el puto barrio. Lleno de mierda, hostia. No decís más que gilipolleces a los críos. ¡Jodeeer, qué inútiles sois! Estoy rodeado de gilipollaaas. ¡Gilipollas! Tontos del culo, putos drogadictos y estúpidos. Robad un puto libro, joder, que robar sí sabéis. Me cago en la madre que me parió, ¿me oís? A partir de mañana, os civilizáis, copón. Que me estáis volviendo al niño gilipollas. Vaya ejemplo, cojones. ¡Vosotros! los de las banderitas de España y el piso que se cae a cachos: que el rojo ya parece naranja y el amarillo blanco. Que la metáis para dentro ya, la hostia puta. Los del reguetón a toda hostia, aquí está mi polla. Mirad cómo suena. Atún con pan, atún con pan —hacía el ritmo golpeando el pene contra mi barriga—. ¡Perreadme estooo! ¡Gentuza! A ver dónde están esos coches «tuneaos» que van haciendo carreritas. Los que vienen a hacer botellón al aparcamiento, habiendo diez hectáreas de parque. Ponedme música de esa de camello. ¿Sabéis quién soy? Soy vuestra puta consciencia. Soy el puto señor en pelotas. Superpelotas al rescateee. ¡Ya me estáis oyendooo!
        Empezó a fallarme la garganta. Lanzaba gruñidos afónicos. Me había hecho sangre de apretar las llaves en mi puño. Con la otra, me apretaba fuertemente los testículos. Llegué al portal sudando y congelado. Subí lentamente las escaleras, procurando no hacer ruido. Volví a la cama. Mi mujer me preguntó —más bien me gritó esperando respuestas—, pero caí rendido antes de contestar. Juro que fue la noche en la que mejor dormí de toda mi vida.
        Es decir, la hora y media que me quedaba antes de que sonara el despertador.

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