Al final ella vino, a mi pesar.
Agarré la botella y más vino, a mi pesar.
La primera noche: ritmo sin cesar.
Y yo ahí el César, sin pensar, sin pesar…
También sin sopesar.
A mi pesar.
Éramos felinos majestad en la sabana de mis sábanas, afines a confines pero de falsa libertad.
Después el mismo destino nos vino a molestar.
Sorpresa.
Sentimos las molestias. Quisimos realidad.
Deja una respuesta