– Manu..
– Manu, tío, despierta.
– Manueeeeel
– Odio que me llames así.
– Jeje, por eso lo hago. Siempre funciona cuando quiero que despiertes.
Manu odiaba que le llamaran por su nombre al completo porque le recordaba a una parte de su vida que bien podría no haber existido. Andrés lo sabía, era el único, y como buen amigo, siempre lo usaba para fastidiar.
– Buah chaval, me duele hasta pestañear.. ¿Qué tomé anoche?
– Deberías preguntar más bien qué no.. Hiciste tal mezcla que no entiendo cómo sigues en mi sofá de una pieza y sabiendo hablar. Tomaste líquido, sólido y gaseoso. No te vi la mano vacía en toda la noche, y parte del amanecer.
– ¿Amanecer? pero, ¿qué hora es?
Andrés hizo ademán de buscar su móvil en el bolsillo del pantalón, pero no hubo suerte. Con una rápida batida a la sala, aún deshecha por la fiesta, lo visualizó en lo alto de una estantería rodeado de vasos de plásticos y restos de lo que podría ser comida.
– De verdad que no vuelvo a organizar nada, la gente es más cerda de lo habitual cuando la casa no es la suya.
– Igual que haces tu, perro.
Puntualizó Manu, consciente de que no le faltaba razón y que su amigo lo sabía.
– Cierto. Son las 6 y media, por cierto.
– ¿En serio?
Andrés dio la vuelta a su teléfono, mostrándole la pantalla a Manu. Marcaba las 18:31 del 18 de julio, sábado.
Mierda. En media hora tenía una cita al otro lado de la ciudad. No podía decir para qué, así que hizo el esfuerzo de su vida por inventar un motivo, que fuera creíble y no necesitara mucha explicación. Le dolió la cabeza de pensar tanto, casi se marea.
– ¿Pasa algo? Te has quedado pillado.
– Nada. Acabo de recordar que tengo que ir a recoger a mi prima Estela del aeropuerto en una hora. Como no me pire ya, no llego. Y ya sabes que me estará recordando haberla hecho esperar hasta el fin de sus días.
Andrés miró a su amigo con cierta duda. No le había mencionado nada de la llegada de su prima y era raro que se olvidara de ese tipo de cosas. También es cierto que después de lo que le había pasado una semana atrás, bien tenía motivos para olvidarse hasta de su propia existencia.
– Toma, coge mi coche y tira. Con tu cochesaurio llegas al aeropuerto pasado mañana. Lo quiero aquí esta noche sin falta, que curro. ¿Entendido?
– A las 12 en casa, hada madrina.
Manu le tiró un beso al tiempo que cogía las llaves. Su gracia obtuvo como respuesta un vaso de plástico a 2 centímetros de su cabeza.
Salió a la autopista cual Hermes con zapatillas nuevas, y deseando que su amigo no le tuviera en cuenta que nunca iba a devolverle su coche.
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