El culto al gigante

No hay mucho que hacer en Puertagil. Y eso que antes de que pasara toda la movida del gigante ya éramos cerca de dos mil «gilportenses» afincados. No sé cuántos de aquellos quedaremos aún por aquí, la verdad.

Recuerdo perfectamente cuando todo comenzó. Yo estaba tomándome un café en la plaza del pueblo mientras leía distraído el periódico local. «Han encontrado al gato de Paquita, menos mal. El mes que viene tenemos una concentración de motocross por aquí cerca. Igual me paso eh. ¿16 kilos no es mucho peso para una carpa? No lo sé, ni idea de pesca tengo. Tendré que preguntar a Elías. A ver si me paso a verle.» De verdad que las noticias eran esas, no había más jaleos. 

Fue cuando estaba ya apurando el culo del café cuando escuché una hostia tremenda a tres manzanas de donde estaba. Pero una hostia grande eh, como de un tren estampándose de boca contra un camión de congelados.

No sé si le pagué de más o de menos a Manuel, pero dejé el dinero en el platito del café y salí a toda prisa hacia allí (porque si algo disfruto son los chismorreos, y no podía esperar a que Marga me lo contara de segundas). 

Cuando llegué, aún quedaba espacio en la tercera o cuarta fila de curiosos. Menos mal que Marga consiguió colarme en la segunda.

Lo que vi fue acojonante. De verdad, no puedo describirlo mejor. Un brazo gigante, de unos 500 metros de largo, en medio de un campo rodeado de caras desencajadas contemplando la escena.

Tú imagínate la que pudimos liar allí, en un pueblo en el que lo más interesante que ocurre es una carpa de un peso (asumo) considerable, cuando aparece el brazo perdido de un señor coloso. Las autoridades tardaron 5 horas en desalojar el descampado.

Y aunque la mayoría de nosotros hablábamos del tema con desconfianza y humor, como si no nos creyésemos el asunto del todo, empezaron a aparecer opiniones peligrosas. De todas ellas, la que más fraguó fue la que hablaba de una señal divina: que el brazo pertenecía al único Dios que existía, al que se le llamó Brandon en honor a un alcalde muy bueno que, parece ser, medió en que cayera el brazo de nuestro buen señor en nuestro pueblo, y no en «Valdeperros», que siempre han sido muy envidiosos.

Esta nueva religión, los Brandistas (o «Brandys», como los llamábamos Marga y yo cuando sacábamos el tema) fue ganando adeptos, aunque el brazo en sí mismo ya era suficientemente atractivo. Turísticamente hablando, claro. A mi me daba un poco de repelús.
Por lo uno o por lo otro, tuvieron que ampliar el pueblo, edificando agresivamente y ampliando carreteras. No sé si me daba más miedo el fanatismo religioso o el de los curiosos que poco a poco se iban instalando en nuestro humilde pueblo.

Ya fuera por motivos espirituales o no, notamos que empezó a cambiar nuestro estado de ánimo. Todos pensábamos que había pasado por una razón, que había algo por encima de nosotros (en este caso literalmente). Ese brazo nos dio esperanza. La vida tenía algún sentido, aunque no lo supiésemos en ese momento.

Cuando una mañana apareció una fecha tatuada en la muñeca de nuestro señor Brandon, la gente directamente se volvió loca. La «religión» de los «Brandys» se hizo famosísima a nivel mundial. No quisimos investigar mucho de lo que pasaba allí dentro, pero solo digo que empezó a desaparecer gente, y que los que no lo hicieron, siempre tenían una conversación delirante y paranoide.

Así que mientras iba llegando el día «D», teníamos a los yupis y a los turistas cada vez más emocionados.

Dos días antes de la fecha maldita, el brazo desapareció.
Durante esos dos días, la moral de la gente pegó un frenazo brusco. Perdimos la esperanza y manchamos las creencias, y la vida volvió a quedar vacía y carente de significado.

Y, bueno, el final da un poco de pena, pero ya que me he lanzado a contaros la historia y que habéis llegado hasta aquí, creo que os merecéis saberlo.

Un puñetero centro comercial. Eso era todo. Construido por una persona muy influyente y de mucha pasta, que «dio la casualidad» que también había comprado varios terrenos de por la zona, y al que pertenecía el famoso «Brazo de Brandon», que ahora reposaba en lo alto de «Brandon’s Relief», el centro comercial más grande y a la vez más triste de toda Europa.
Lo de usar el nombre de su (ahora) falso dios para fines comerciales no sé cómo sentaría a los Brandys, porque no se volvió a hablar de ellos más que para alguna chanza ocasional.

Pero bueno, tampoco está tan mal. Tiene cine al aire libre.

3 respuestas a “El culto al gigante”

  1. Esto es una locura y una maravilla. Las dos cosas. Las ideas están fluyendo muy bien, sí señor.

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    1. Gracias por el apoyo Johan, ¡Y yo que tenía miedo de que me hubiese quedado muy largo!

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      1. Eso decía Cervantes, y mira.

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