TIRÉ DE LA PALANCA y la cápsula de incubación comenzó a drenarse. Una vez vacía, los pistones de la puerta silbaron al liberar la presión del cierre hermético y esta se abrió desde arriba, golpeando el suelo con violencia al desplomarse sobre él. Dentro, y encogido en una de las esquinas de la cápsula, se hallaba una criaturilla pálida, húmeda e indefensa. La prueba de mi éxito: AA-01, aunque yo lo llamaba Adán.
Nadie en el Consejo había creído en mi palabra. Cuando les conté el proyecto que tenía en mente, se burlaron, haciéndome parecer ridículo. Incluso aquellos que consideraba amigos dijeron que no se podía crear un ser humano artificial y que yo era un soñador y un loco. Ahora, con una evidencia tan contundente en mis manos, estaba deseando mirarles a la cara y preguntarles, con la misma arrogancia que me trataron, quién era el loco ahora.
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