«Viajar sola, apuntarme a teatro, escribir. Comprar más plantas para casa, sacarme el carnet de conducir a los 38 y aprender a cocinar en condiciones».

Yo era tres cuartos de naranja. 

No hay nada de malo en la vida en pareja. Pero cuando se acaba, te das cuenta de que sí hay todo de bueno en tu propia vida, y que tienes propósitos nuevos, como al empezar un año. Pero la burbuja en la que venías respirando se ha roto y no sabes si tendrás suficiente oxígeno para salir adelante.

Somos barcos que se cruzan en el océano y a veces hacen el viaje un rato juntos. Y siempre hay más barcos cerca, y a veces se chocan, algunos naufragian. A veces se dan luz, a veces siguen la estela de otro, a veces otra estela los tambalea un momentín en la grandeza del océano.

Yo era casi una naranja entera.

Y era una casi naranja grande, madura, jugosa. Y cuando la naranja cayó, porque estaba madura, porque era tiempo de ello, y pasaron los días, las semanas y los meses, se pudrió, y desapareció. Quedó en el suelo la marca, cada vez más pequeña, pero quedó.

Y cuando pasó el invierno, y llegó la primavera, floreció de nuevo el naranjo, y salieron flores. La soledad dolió en el frío del invierno, porque no había nadie allí para calentarme la cama cuando estaba fría. 

Entonces me convertí en la flor de azahar.

Y pasaron los días, y las semanas y los meses. Y conduje mi propio coche, y descubrí partes de mí que no conocía, y coincidí con otros barcos por el camino. Y viaje sola, y acompañada. Y compré muchas plantas para mi casa nueva, y las regué. 

Y aunque vuelva a caer el invierno, y aunque me cruce con barcos en el camino, y que aprenda yo a cocinar dignamente, ahora;

Ahora yo quiero ser una naranja entera.