Otra parada más

Ya había pasado por todos los lugares comunes que le dijeron iba a visitar y se había repetido hasta la saciedad, cumpliendo con otro lugar común más, que en su caso no se iba a producir de la misma forma. Él sería la excepción, la generación espontánea que rompe con lo heredado y cambia el rumbo del destino y que… maldita sea: ¿Estaría también prevista esa excepción?

El camino había sido largo: Ya había descubierto su insignificancia; ya había destruido su ego hasta hacerlo añicos; también había descubierto a su padre en el espejo aquella tarde que fue a comprar recambios para la impresora. En la espera obligada para ser atendido por el dependiente, lo vio ahí plantado en el espejo ante sí. Con su aspecto desaliñado, despeinado, la chaqueta abrochada hasta arriba, porque no llevaba nada debajo y la mirada escrutadora que ahora lo desnudaba implacable.

Era otra etapa más de ese viaje Kafkiano en el que en cada parada, el escarabajo iba dejando su coraza de quitina abandonada y la contemplaba desde fuera. Otra nueva vuelta de tuerca del destino, que le hacía ver con condescendencia a su padre, con infinita comprensión y con la benevolencia que sólo un igual podía concederle.

Maldita sucesión de Matrioskas en el que ya empiezas a intuir que quedan muy pocas por destaparse, porque lo físico tiene su límite en la pequeñez.

Asoma la idea de Dios levemente como respuesta a la última Matrioskas y la descarta con una imagen de pintura descascarillada y madera descompuesta en serrín que arrastra el viento.

La imagen del espejo se había reconciliado con su padre, sí; pero: ¿Qué hacer cuando sabes que vas a cometer todos sus errores?

Esta etapa parecía más complicada, porque no era un descubrimiento de una nueva vía que explorar, era una bifurcación a una vía muerta.

Esta etapa tuvo su arranque, o así lo piensa ahora, dos días después, a las 01:32 a.m. del día 9 de abril de 2.022 y como emplazamiento físico tuvo la Plaza de Albatros, en Cáceres.

Apoyado en un vehículo y cansado por la intensidad de las emociones que había vivido, veía alejarse con paso sensual y calmado a su media, que iba a entrar en un local en el que hacían cola unos adolescentes para entrar.

Su amada se vuelve hacia él, le sonríe y le hace entender que ella no guarda cola, porque es más chula que nadie y así es, se cuela sin que nadie la detenga, mientras una sonrisa socarrona y placentera le recorre el rostro a nuestro protagonista.

Acaba de ver un concierto que le ha transportado lejos. Está y no está. Al empezar el concierto apenas había gentío en la plaza y no había locales abiertos y ahora hay bullicio y al menos cinco locales de copas con gente haciendo cola en sus puertas. No entiende nada. ¿Apenas ha asistido público al concierto y ahora se llenan los bares? ¿Pero qué mierda es ésta?

El concierto le ha parecido una brutalidad. Tocaba un dúo (sí, un puto dúo). Batería y guitarrista y se había hecho 250 km. para venir a verlo porque conoce al guitarrista, es un tío con el que ha hablado mucho en los últimos meses y con el que comparte pareceres, gustos musicales, principios vitales, ¡Joder, hasta piensa que ya es su amigo!

Le han sucedido cosas muy extrañas durante el concierto. Ha ido a muchos conciertos durante su vida y ha visto a muchos guitarristas y siempre (como guitarrista aficionado que es) los pondera, los analiza, los puntúa, etc… pero hoy no, hoy veía otras cosas.

No vio técnica, no vio escalas, no vio poses ni actitud. Esa noche vio el desierto entero en sonidos duros y oníricos. Vio galaxias en notas largas que se plegaban hacia agujeros negros insondables y pesados. Vio lamentos profundos por el rumbo perdido, por la humanidad desquiciada que se desboca en una carrera absurda. Vio entrega incondicional. Vio talento, humildad, grandeza y emoción. Vio música en su más pura esencia y se sintió agradecido por formar parte de aquello.

Reconocía influencias de otros mundos en aquel guitarrista, pero eran efímeras, pasaban de puntillas para rápidamente girar en nuevos pliegues. Le había preguntado días antes si conocía a Steve Hillage y nunca lo había escuchado, y sin embargo allí estaba. Tampoco había escuchado los primeros discos de Pink Floyd, esos que sólo los coñazos como él conocían. ¿Cómo cojones un tío que no ha escuchado jamás “Atronomy Domine” puede sonar de esa manera? Es un tipo que no ha escuchado en profundidad a Kyuss y lleva el desierto dentro. Esto no puede ser verdad.

Lo grandioso de todo era que los incorporaba en su lenguaje, sí, pero de modos muy tangenciales. Los rozaba, apenas los insinuaba, para irse acto seguido a otro lugar y eso era así porque no eran aprendidos, eran innatos. Eso era lo más grande de todo. Tenía un vocabulario extenso, de muchos estilos diferentes, pero lo había desarrollado sin escucha previa, no estaba copiando. ¡Qué hijo de puta!

La paradoja no podía ser más bella, única y dedicada: un concierto al que apenas habían asistido una cincuentena de personas, estaba en primera fila, era su colega y estaba descubriendo a cada momento algo que ya sabía, pero que al verlo en acción le parecía algo tan sublime, que tenía unas ganas irresistibles de echarse a llorar, de dejar que la emoción terminara de desbordarlo hasta una locura irrefrenable que culminase de amplificando aún más todo el torbellino de sensaciones que lo tenía sumido en un placer indescriptible.

Hubo un momento en que un tema bajaba a un tempo de balada e incluía un solo que recordaba mucho a la forma de tocar de Gilmore, pero no era como todos, que replican sus bendings de dos tonos y sus notas largas que tanto gustan en solos como el de Comfortabily Numb, él de nuevo volvía a la misma maniobra: Gilmore se insinúa y rápidamente se iba a otros territorios, más oscuros, más profundos, más densos, más ricos, más auténticos…

No paraba de repetirse que aquello era un regalo inconmensurable que estaba puesto ahí únicamente para él. Sólo él reconocía aquellos sonidos. Sentía un agradecimiento tan hondo que le paralizaba el habla; tan cálido que no sentía el cuerpo ni las ropas ; tan intenso y tan real que no pudo venir sólo, vino con su contrapartida, como casi todo en la vida.

Esa contrapartida vino en forma de aterrizaje brusco, ese que le llevó al centro de la plaza a sentir de nuevo el frío del ambiente. El que le susurró al oído que estaban solos, que todo había muerto, que su forma de entender la música ya no existía y que la muchedumbre llenaba los bares justo después de la hora a la que se había programado el concierto.

Las más hondas revelaciones lo son en soledad y sólo, viendo ahora como regresaba su amada después de salir de uno de los garitos, se dijo a sí mismo que tenía que elegir si aquello era una parada más o era un nuevo reto que el destino le ponía ante sí.

Tenía que haber una forma de hacer aquello grande otra vez. Tenía que haberla, no había muerto nunca.

¿Era así o necesitaba creer que así era?

Una respuesta a “Otra parada más”

  1. Cabessaaaaaaaa. Saber lo que ocurre en tu cabeza a través de la música que hacemos me parece un regalazo, me haces más consciente y me animas a seguir haciendo lo posible por conectarme y conectarnos.

    ¡!¡ Gracias Ed !¡!

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