Intentas crear un cielo,
aquí, a ras de suelo,
y poblarlo de dioses vacuos
en busca de tu eternidad.
Cuando tu divinidad se aparta
te das la vuelta, le das la espalda,
abrazas tus demonios y empuñas sus espadas.
Que es su poder mucho más complaciente.
Que es en tus manos, su fuerza, mas fuerte.
Sólo requiere golpes y fuegos, destruir.
Sólo requiere fuegos y golpes, matar.
Más fácil abrazar y entrar en la oscuridad
sin vislumbrar en su reverso
la luz que la completa.
¿A quién sentarás hoy a tu mesa?
¿A quién te entregarás en la cama?
¿Al divino infernal,
al demonio celestial?
¿Descansará en paz tu conciencia
cuando dé paso a la noche el día,
cuando se rinda tu vigilia,
tus párpados se cierren y tus ojos vean
la pesadilla que has creado,
los sueños que has destruido
con tus miedos
que, de ira y rabia disfrazados,
te susurran al oído:
—¿¡Fue justo y necesario!?
Dulces pretextos de veneno impregnados
ahogan la voz verdadera
en lo profundo de tu garganta.
Inundan de niebla tu mente
que no encuentra el camino y se pierde
y más se adentra en la noche
a plena luz del día.
—¡Lo hecho, hecho está!
¡Es mi naturaleza!
¡Yo soy así!
Y ya.
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