Olena no teme el sonido de las alarmas antiaéreas. Hace semanas que su marido se marchó para defender Kiev de los invasores, y ya no le afecta el estruendo que provocan las bombas rusas cuando explotan junto a su casa.
Desde hace días su empeño es intentar que sus tres hijos puedan comer. Intenta engañar su hambre cocinando platos a los que no puede aspirar. Igual cocina Borsch, y sustituye remolacha, zanahorias, col y judías, por hierbajos, una pizca de sal y monda de naranja para que coloree como la remolacha, que reboza aros de cebolla y dice que son calamares. Para las chuletas de cordero rodea un palo de madera con puré de algarrobas en pan rallado y para los Deruny, el panqueque favorito de los niños, mezcla harina, agua, colorante y la parte blanca de la naranja a modo de patata.
Sin embargo, sus comidas siempre se quedan intactas en la mesa. Por más que Olena lo intenta, los cuerpos inertes de sus hijos permanecen ensangrentados en el suelo de la cocina.
Deja una respuesta